Institute of Iberoamerican Studies
[ Article ]
이베로아메리카 - Vol. 18, No. 2, pp.271-295
ISSN: 1229-9111 (Print)
Print publication date Dec 2016
Received 31 Oct 2016 Revised 14 Dec 2016 Accepted 16 Dec 2016
DOI: https://doi.org/10.19058/iberoamerica.2016.18.2.271

Nuda vida y espacio límite en La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera

Gómez MichelGerardo**
Bare life and State of Emergency in La transmigración de los cuerpos by Yuri Herrera

Resumen

En diálogo con los conceptos de estado de excepción y nuda vida que desarrolla Giorgio Agamben (1998), este trabajo explora en la novela La transmigración de los cuerpos, de Yuri Herrera, la construcción de un espacio narrativo que impone la lógica del estado de excepción desde su interior como detonador de la trama novelesca. Este análisis subraya de qué manera Herrera articula una poética de la precariedad y la violencia para dibujar una cartografía de lo abyecto sólo reconocible a través de los puntos cardinales de la muerte, el miedo, la corrupción y también de una agónica voluntad de supervivencia.

Abstract

In dialogue with the concepts of State of Emergency and Bare Life developed by Giorgio Agamben (1998), this paper explores the novel La transmigración de los cuerpos (2013) by Yuri Herrera, to see how the author builds a narrative space where the logic of the state of emergency is a detonator of the fictional plot. This analysis underlines how Herrera articulates a poetics of precariousness and violence to draw a map of desolation and despair recognizable through the cardinal points of death, fear, corruption and an agonizing will to survive. In this unnamed universe the characters’ bodies are subject to violence from the State and from criminals.

Keywords:

State of Emergency, Violence, Bare Life, Narco-State, Mexican literature

Estado de excepción, Violencia, Nuda vida, Estado narco, Literatura mexicana

Ⅰ. Introducción

En un país como México, de larga historia (tradición) de corrupción e impunidad en todos los niveles, la credibilidad de las instituciones es poco más que nula en una población que resiste en un estado profundo de frustración, cada vez con mayor rabia, y que ve como todo a su alrededor se corrompe con la violencia indiscriminada de un estado de excepción no declarado pero muy real. Las desastrosas consecuencias que sufre la sociedad en general por los crímenes de Estado y de las diferentes mafias criminales (no sólo de narcos vive el hampa) son de una ubicuidad espantosa. En muchos sentidos, ya no hace falta señalar en el mapa y evitar las zonas de riesgo y decadencia —papel que cumplieron por muchos años las ciudades fronterizas o el estado de Sinaloa, quizá los ejemplos más visitados por el imaginario popular y los medios masivos de comunicación— como una forma de exorcizar el peligro. En la actualidad se tiene la impresión de que en cualquier lugar del país y en cualquier momento nos puede pasar lo peor. Quizá a esta sospecha (o certeza) incesante de la población hace eco la deliberada indeterminación temporal y geográfica —además de su experimentación lingüística— en la narrativa de Yuri Herrera que además, como herramienta literaria le permite desmarcarse en buena medida de la referencialidad específica de la narcoliteratura, de la narrativa fronteriza y del realismo documental. En una entrevista el autor comentaba al respecto: “Trabajos del reino es una ficción, no se habla en el libro de ningún capo específico ni es el retrato de una ciudad precisa, es una novela, no un trabajo periodístico ni una crónica; sin embargo, sí tomé a Ciudad Juárez como la materia a partir de la cual elaboré la historia” (en Arribas 2008, sin pág.); no obstante, el consecuente efecto de extrañamiento unido a las claves que el autor le da sus lectores permiten que la indeterminación sea todo menos ambigüedad o hermetismo. En su tercer libro, Yuri Herrera se aleja en términos geográficos y temáticos de la frontera más no del estado de excepción en que desarrolla sus tramas novelescas. En La transmigración de los cuerpos, la alegoría elegida es la epidemia de una enfermedad mortal —transmitida por un mosquito egipcio, según anuncia el gobierno— que se desata en la ciudad, de nuevo, cualquier ciudad, es decir, el país. En las dos novelas anteriores los espacios excepcionales por los que atraviesan sus protagonistas, Lobo y Makina, están delimitados por ciertas coordenadas —a pesar de que los alcances de sus efectos las sobrepasen— que corresponden al palacio del Rey, y a la ruta hacia la frontera norte, espacios donde la vida y la muerte se desenvuelven en una especie de contingencia azarosa y angustiante: ya sea el humor o sospechas del capo o la amenaza de violación o de una bala perdida de asaltantes, traficantes o agentes de la migra. Por su lado, en La transmigración de los cuerpos (2013) asistimos a la institucionalidad en todo el territorio del estado de excepción, lo que sume a la población en el miedo: “No había nadie, nada, ni una sola voz, ni un otro ruido cualquiera en esta avenida que a esta hora ya debía anegarse de coches […] Se sentó en la cama. Lo que más lo asustaba era no saber a qué tenerle miedo” (Herrera 2013, 10). La ineptitud del gobierno para lidiar con la emergencia de la epidemia es ironizada fulminantemente en la novela cuando la inverosímil declaración oficial que manda guardar la calma y confiar en el estado de derecho es interpretada por la sociedad como un “Si no se encierran, se los va a cargar la chingada, a alguien hemos hecho desatinar” (Herrera 2013, 15). El Alfaqueque, su protagonista, tiene que aprender sobre la marcha cómo sobrevivir en un espacio límite que, en esta tercera novela, anuncia el colapso generalizado. En ese aprender a vivir en este infierno en que se nos convirtió el país, en el rabioso reconocimiento paulatino de un estado de excepción que fue escalando los límites de los habituales rincones urbanos del crimen (cantinas, prostíbulos, picaderos, callejones de mala muerte) hasta cubrir con la epidemia nacional descontrolada —reinvención de una vieja alegoría que recuerda novelas como La peste, de Camus o Muerte en Venecia, de Thomas Mann, y si se quiere incluso el relato bíblico de las plagas de Egipto— en la que se (nos) reconocen todos como parte de una comunidad imaginada (Anderson 1991), sólo que aquí no en el proceso de construcción del estado-nación mexicano, sino en los síntomas de su derrumbe.

En este sentido, en diálogo con los conceptos de estado de excepción y nuda vida que desarrolla Giorgio Agamben (1998), este trabajo explora en la novela de Yuri Herrera La transmigración de los cuerpos la construcción de un espacio narrativo que impone la lógica del estado de excepción desde su interior como detonador de la trama novelesca: la emergencia sanitaria como pretexto para sacar a los militares a vigilar las calles donde la población está inerme. Este análisis subraya de qué manera Herrera articula una poética de la precariedad y la violencia para dibujar una cartografía de lo abyecto sólo reconocible a través de los puntos cardinales de la muerte, el miedo, la corrupción y también de una agónica voluntad de supervivencia. En este sentido, funciona con particular efectividad la alegoría de la epidemia y el motor narrativo del rescate y traslado de dos cadáveres, paradójica aventura en la que se juegan la vida el Alfaqueque y sus aliados. En este universo innombrable el ambiente del relato crea un espacio límite en el que los personajes se mueven bajo una condición de nuda vida y sus cuerpos son sujetos (práctica o potencialmente) a la violencia.

La visión del mundo que descubre la voz de su narrador, junto con la trayectoria de su protagonista, permite incorporar al análisis aspectos que complementan el concepto de estado de excepción para comprender este espacio narrativo que se nutre también de conflictos sociales como la violencia de género, el narcotráfico, la ineptitud del gobierno, la pobreza, la migración, entre otros. Finalmente, podemos concluir que lo que viene sugiriendo el espacio de excepción en el que se desarrolla la historia de Yuri Herrera, más allá de apuntar hacia un estado soberano represor indiscutible, como expone Agamben en su teoría, se trata más bien de una crítica feroz del autor al estado fallido mexicano.


Ⅱ. Un estado de excepción particular

El planteamiento de Giorgio Agamben indudablemente tiene como precedente —cuando menos en referencia a su libro Homo Sacer, Sovereign Power And Bare Life (1998)— al pensamiento de Walter Benjamin, especialmente las ideas vertidas en el ensayo “Para una crítica de la violencia (1921)”. En dicho texto, las nociones de violencia y soberanía están explícitamente ligadas al ejercicio del poder de parte del Estado moderno (el Soberano actual), en tanto poder discrecional con facultades impositivas sobre los ciudadanos, y más aún, en relación con la posibilidad de ejercer “la fuerza de la ley” sobre los cuerpos de aquellos, incluso — aparentemente— violando las reglas que la ley misma impone como “norma”, en tanto la ley misma se vea amenazada por el ejercicio de una violencia fuera de la ley, en otras palabras, la violencia que no es ejercida directamente por el Estado. El estado de excepción es por lo tanto el punto de confluencia de estas características que conllevan a la paradoja —como constantemente expone Agamben— de la posibilidad de estar dentro y fuera de la ley que caracteriza al poder soberano, que ya es en principio, un ejercicio de la violencia, o un ejercicio que “violenta” la ley, dentro de los márgenes que la ley misma prescribe (1998, 15 y sigs.). En México la guerra contra el narco emprendida por el gobierno calderonista y continuada hasta hoy ha propiciado un profundo debate en relación con el ejercicio de la violencia legal en un estado excepcional decretado desde la Presidencia de la República. Botello explica al respecto:

El uso de las Fuerzas Armadas en el combate contra el narcotráfico ha sido fuertemente criticado. Primero, por suplantar las labores que corresponden normalmente a la policía, en lugar de reformar esta última institución; y segundo, por el alto índice de violaciones a los derechos humanos que se cometen, pues los militares no están entrenados para desenvolverse frente a ciudadanos comunes y corrientes. Unos 45.000 miembros de las fuerzas militares pertenecientes a la Secretaría de la Defensa Nacional de México están dedicados desde hace cinco años a cumplir labores policiacas en el combate contra el crimen organizado, en operaciones de confiscación de armas, drogas, vehículos robados y explosivos, pero lo hacen sin un marco jurídico que justifique su actuación (2012: 184).

En La transmigración de los cuerpos, con la brevedad y concisión que caracteriza a la literatura de Yuri Herrera, en medio de un escenario de tipo apocalíptico con calles casi desiertas por el miedo de la gente a contagiarse de la epidemia, aparecen en escena los militares como una fuerza amenazadora que lejos de promover el orden y la seguridad, al contrario violenta e infunde terror en la población:

En el camión, uno de los soldados había puesto al punketo de espaldas contra el camión y le espetaba ¿Qué tanta chingadera traes?, y le golpeaba con una mano las orejas, el labio, donde tuviera aretes. El muchacho recibía los golpes sin meter las manos […] Uno de los soldados maniató por detrás al muchacho y el otro empezó a arrancarle los aretes. El punketo se revolvía en silencio, hilillos de sangre comenzaron escurrirle de las cejas, de la nariz, de la boca. (Herrera 2013, 56)

No se ve qué tipo de peligro pueda representar el joven al estado de derecho que supuestamente defienden los soldados; pero la cuestión es que los militares no tienen que explicárselo a nadie, mucho menos a la sociedad civil, porque lo que importa en este escenario de violación de derechos humanos es que los ciudadanos sean testigos de que tienen el poder para hacerlo impunemente, y en consecuencia, de que podría sucederle a cualquiera que se encuentre en este espacio de excepción, que en la novela es la epidemia, pero que en la realidad se trata de la militarización de las labores policiacas en el marco de la llamada lucha contra el crimen organizado en México.

Agamben pone en juego dos conceptos que proporcionan nuevos paradigmas para explicar el funcionamiento del estado de excepción: la potencialidad y la actualidad del poder —conceptos que retoma de Aristóteles (1998, 39 y sigs.)—. Lo importante en su análisis es poner al descubierto cómo en el ejercicio del poder soberano estas categorías entran en juego como una forma de inclusión en la exclusión del estado de excepción. Es decir, el Estado, la ley, no tiene que actuar para que las consecuencias de la prohibición sean actuales, es la potencialidad de la prohibición (exclusión), y mejor dicho, del castigo (inclusión) lo que subsume a los sujetos bajo el poder soberano. En la novela, cuando el Alfaqueque ve como golpean al muchacho, y luego que le ha dicho el capitán que él y su compañero, el Ñándertal, podrían ser llevados para “hacer averiguaciones”, la reacción es inmediata, no de seguridad porque no se haya cometido ningún delito, sino de miedo porque sabe que le puede pasar lo mismo o algo peor que al punketo:

El Alfaqueque intuyó que era el momento de escarbar un hoyo en la pared y largarse. Cualquier otro día tal vez hubiera intentado ayudar al muchacho, pero hoy no había ni por dónde […] Transitaron en silencio un par de cuadras hasta que el Ñándertal dijo Él se lo buscó, ¿no? Si te las das de machito con tanto fierro en la cara, te aguantas. Cállate, dijo el Alfaqueque. (Herrera 2013, 56-57)

Además del resorte que activa el instinto de supervivencia ante la amenaza, sin entrar en dramatismos, la escena revela una consecuencia social del miedo que casi es generalizada: el frustrante abandono de la solidaridad. El narrador sugiere que quizá el Alfaqueque hubiese tenido la intención de ayudar al muchacho que estaba siendo golpeado por los soldados en un acto de abuso de poder evidentemente fortuito, sin embargo, la contundente impunidad con que se lleva a cabo la escena le advierte que cuando el capitán le dice que podrían llevarlos “para hacer averiguaciones” se trata de una amenaza directa y quizá un riesgo mortal, por lo que decide abandonar al muchacho a su suerte, no sin experimentar rabia y frustración.

Tanto Benjamin como Agamben advierten que cada vez es más frecuente que se decrete el estado de excepción donde los derechos individuales serían abolidos pero, incluso sin que eso suceda oficialmente, la potencialidad que tiene el soberano de decretar ese estado de excepción a su arbitrio es lo que hace que sea permanente, actual, y por ende, que la nuda vida esté en todo momento sujeta a la politización estatal. La excepción es entonces la regla, y crea un espacio (de ejercicio de la violencia) donde el poder soberano no responde a la dialéctica del proceso de constituir y preservar la ley a partir de la violencia, sino que la violencia soberana preserva la ley al suspenderla, y al mismo tiempo, la constituye al mantenerse fuera de ella misma. Pero en el caso de México, en vista de la larga y constante desacreditación de las instituciones políticas que parece que son incapaces o no está en sus intereses realmente imponer el estado de derecho, para entender la continuidad avasallante del crimen organizado José Luis Solís González propone que lo que en realidad se ha venido constituyendo en el país es un estado narco:

Además, la hasta ahora fallida transición a la democracia formal burguesa y la crisis de representatividad que vive el sistema político, han ocasionado en la población la pérdida de credibilidad en las instituciones y el desencanto por los partidos políticos de cualquier signo. Así, el “Estado de derecho” es sólo una ficción en la actual sociedad mexicana, la cual es testigo y víctima a la vez de un Estado que se expresa a través de un régimen político autoritario, represivo y sin legitimidad. (2013, 16)

Y si aceptamos que el estado de derecho es una ficción podemos también pensar que la captura de narcos (y sus posteriores fugas) son parte de un espectáculo mediático que legitima el estado de excepción:

Cuando en México cae un capo del narcotráfico, se lo presenta ante las cámaras, en una exhibición pública que debería convertirse en sus primeros momentos de escarmiento por el mal que ha hecho. Varios policías bien armados y encapuchados lo sujetan de los brazos mientras le dan órdenes como “mira al frente”, “a la derecha”, “a la izquierda”, “gírate”. De fondo hay una pared como de utilería donde se ven los logos del [sector del] gobierno que se hizo cargo de su captura. La escena recuerda a un famoso futbolista dando una entrevista delante de una pared tapizada de marcas deportivas... (Botello 2012, 179)

En este sentido, las imágenes llevan el mensaje implícito del gobierno-Soberano que nos dice ‘para eso estamos aquí, para defender a la población de las amenazas del crimen, por eso nos necesitan y deben obedecernos’ (legitimación del estado de derecho), pero luego ante su fracaso evidente en la disminución de la actividad criminal, de la cantidad de muertos y desaparecidos, de la violencia indiscriminada, de la aparición de nuevos y más brutales cárteles de la droga, todo esto bien (gráficamente) documentado por los medios de comunicación, entonces el mensaje se vuelve una mezcla de patético cinismo y sentencia perentoria: ‘esto es incontrolable, si nos vamos quedan a merced de la violencia y el crimen, nos siguen necesitando… y más que nunca’ (legitimación del estado de excepción).

De ahí que la ficción que nos muestran los medios se convierta cada vez más en una amarga certeza. Esta certeza de haber sido burlado, de ser parte de una farsa en la que no se quiere participar y de la que no se puede salir inmune, al igual que sucede con los personajes de la novela de Yuri Herrera, se termina comprendiendo que la ciudad como espacio límite en realidad es una parte integrada al estado narco en el que los soldados señalan metonímicamente la complicidad entre gobierno y crimen organizado construyendo el estado de excepción sobre los cadáveres de los ajusticiados en la farsa de la guerra contra el narco, escenario de nuda vida que los medios difunden para actualizar en todo momento un poder estatal que busca desesperadamente, como acertadamente apunta Gareth Williams1), legitimarse con una sangrienta cruzada militarista contra el crimen organizado.


Ⅲ. La conformación de los sujetos de la comunidad y el papel del lenguaje

Yuri Herrera compone su novela con base en una alegoría bien reconocible: la epidemia mortal en la ciudad de La transmigración de los cuerpos. Si bien esta alegoría corresponde a un escenario de la realidad histórica mexicana igualmente reconocible: el brote epidémico de influenza AH1N1 en el país, este espacio límite funciona a su vez como un metarrelato de la historia reciente de México. Aquí me interesa ver de qué manera este espacio límite, en la lectura que hace el autor de la realidad, señalan la ruta del desborde de la violencia hasta convertirse en elemento que sostiene la lógica del estado mexicano en la actualidad; y por otro lado, hasta qué punto esta condición de nuda vida va conformando a los personajes (sujetos mexicanos) con señas de identidad forjadas en el miedo, la rabia y la angustiosa voluntad de sobrevivir que, aun así, se reconocen en el reflejo deformado y atroz de una comunidad imaginada que se fragua dentro de los límites territoriales y simbólicos de la nación.

De la lectura de su obra en conjunto sabemos que la visión que tiene Yuri Herrera del mundo, pero en especial de nuestro país, es descarnada y no por ello literariamente naturalista. Esta cuestión ha sido constantemente señalada por la crítica:

Si su forma de escribir obra un efecto minimizador de la violencia, ello no ocurre precisamente por el deseo de disimular su existencia, sino probablemente por el de evidenciarla de una forma más eficaz. Acaso se persigue no mantenerse en el plano cutáneo del fenómeno sino indagar en las condiciones que lo hacen posible y plasmarlo en imágenes persuasivas, que no tienen por qué ser las más superficialmente impactantes. (Navarro Pastor 2011, 114)

Analizando la novela se puede ver que hay una representación del problema de la violencia y la inseguridad que va abarcando cada vez más espacios físicos y simbólicos de la convivencia social en el país. La construcción de la obra tiene una estructura que va de lo particular a lo general, como si el mismo autor hubiese ido constatando que los límites en los que iba acotando el estado de excepción novelesco en la realidad eran desbordados conforme avanzaba en la construcción de su novela. Como he señalado, me parece que los personajes de Yuri Herrera, —al igual que le ha pasado a la sociedad entera— tienen que pasar por un proceso de aprendizaje, de asimilación pasmada de la realidad actual. No obstante, como vimos anteriormente, el estado de excepción no pretende la exclusión de los sujetos, al contrario, su potencialidad se basa en la inclusión de todos ellos y, en ese sentido, no los anula sino que los conforma en su interior.

Con La trasmigración de los cuerpos creo que Yuri Herrera hace la crítica más directa —desde la trinchera del extrañamiento literario que he comentado al principio— del México de nuestros días, del estado de excepción, de la violencia omnipresente, pero también de su comunidad imaginada. No sólo encontramos a una variedad de personajes (todos en realidad) que más que convivir entre ellos, se soportan apenas, se miran de reojo, con rencor, desconfianza, con coraje o indiferencia en un mundo que se les descompuso de repente: “Hubo otras épocas de la ciudad en que la gente se moría a carretadas, pero eso era por tuberculosis a sueldo o por derrumbes a destajo, normal. Quizá porque la vida era corta, la gente de la ciudad había aprendido a no meterse en lo que hicieran los otros: bastante cabrona es la existencia como para preocuparse por la ajena”. Esa falta de solidaridad hace que la Ingobernable sentencie: “Lo normal sería que fueran los muertos los que se echan a perder” (Herrera 2013, 100-101). Pero en este mundo regido por la ley de los “hijuelachingadas con cara de muy hijuelachingadas”, donde los vivos han pasado a valer menos que los muertos, son los vivos los que se han echado a perder. Es como si la novela señalara un escenario donde en lugar de reservas morales para superar la crisis lo que había venido creciendo en las entrañas de la sociedad era un perro negro, como el que acompañaba al Alfaqueque desde que no pudo hacer nada por un desgraciado que habían matado a golpes unos madrinas, al que él, antes de convertirse en Alfaqueque, cuando era un “tinterillo haciendo carrera en juzgados de quinta”, trataba cuando menos de salvar el cuerpo para los familiares. Ni eso, aquel hombre que le llevaron al juzgado, más una masa sanguinolenta, vivo apenas, pero ya no realmente un hombre sino un cuerpo machacado —en el que el joven ve “su propia imagen grabada para siempre en la retina de aquél”—, se lo llevan para que sea un desaparecido anónimo más en esta espiral de violencia. No por miedo, al parecer, sino por impotencia, “decidió no seguir negando con la cabeza ni interponer su cuerpo para evitar que sacaran el cuerpo del otro, ni decir nada. Y en ese preciso instante fue que sintió por primera vez la presencia del perro negro, que ya nunca se iría, sólo a ratos se echaría fuera de su vista, pero siempre estaría ahí” (Herrera 2013, 108).

En uno de sus extremos, la sociedad mexicana es representada alegóricamente en la caída del Alfaqueque: de tinterillo con ánimo de superar su condición con trabajo y honestidad (el hasta hace unas décadas todavía vigente mito de la movilización social a través del trabajo y el estudio) ha pasado a ser el mensajero de los capos, sobreviviendo en esta ciudad de la furia con base en habilidad verbal y libido y sobre todo, siendo sin ser, proyectando la sombra de un sujeto que evade mejor el peligro en estado casi ausente: “Con el tiempo descubrió que lo suyo era navegar con bandera de pendejo y luego sacar labia. Verbo y verga, verbo y verga, qué no […] No le molestaba ser desechable” (Herrera 2013, 21). Pareciera que el Alfaqueque ha comprendido que vive en “una sociedad donde solo el sexo, comprado, negociado o conquistado mediante el poder de la palabra ofrece consuelo, incluso aunque ese consuelo sea provisorio y no esté exento de peligros y de contratiempos” (Pron 2013, 74). Pero Yuri Herrera se cuida de no desahuciar por completo al Alfaqueque, (quizá sugiriendo o deseando que este sea el caso de la comunidad imaginada de este país), el autor le otorga cierto rasgo quijotesco a su personaje, matizando así un poco el cinismo rampante que es su cualidad principal:

Ayudaba al que se dejaba ayudar. Muchas veces la gente nomás estaba esperando que alguien viniera a bajarle la bilis y a ofrecerle una manera de salirse de la pelea; y para eso servía ajustar el verbo. El verbo es ergonómico, decía […] Ahí aprendió el Alfaqueque que lo suyo no era tanto ser bravo como entender qué clase de audacia pedía cada brete. Ser humilde y dejar que el otro pensara que las palabras que decía eran las suyas propias. Funcionaba con los otros, pero no con él mismo. (Herrera, 2013: 50)

Si el Alfaqueque es un modelo acabado de un proceso que comenzó con el aprendizaje pasmado de sus otros protagonistas de ese “algo más definitivo” en que se convertía el país, en La transmigración de los cuerpos Yuri Herrera nos ofrece un personaje que es transparente en su significado simbólico: El Ñándertal. Este cavernícola a la mexicana, que con su salvaje comportamiento es tan extremo que puede incluso provocar simpatía, es una bárbaro que no deja de tener cierta inocencia, y no por ello está exento de maldad. Quizá sea esa la mayor preocupación (y crítica) que refleja la lectura que Yuri Herrera hace de la terrible realidad que nos rodea, que estemos en un proceso involución social, humana incluso, en la que nuestra comunidad imaginada comienza a ser la de inocentes, crueles y cínicos cavernícolas como el Ñándertal, que “tenía que estar jodiendo a la gente, había de guarrear como si fuera obligatorio”, y en quien el Alfaqueque —y quizá igual los lectores— “veía su propio perro negro” (Herrera 2013, 54). Con un ácido y muy efectivo sentido del humor, Yuri Herrera nos ofrece un darwinismo de lo abyecto donde al parecer los de la especie del Ñándertal, bárbaro triste, “confiable como la gravedad”, son los mejores adaptados para sobrevivir en una sociedad que desde el hartazgo se grita a sí misma: “A VER SI LIMPIAN MÁS PINCHES MARRANOS POR ESO ESTAMOS COMO ESTAMOS” (Herrera 2013, 84).

Si hay un discurso político en Herrera éste no se limita a la crítica fulminante del estado fallido mexicano de la guerra contra el narco o a la violencia indiscriminada, sus protagonistas —no solamente de este relato, sino también los de sus otras dos novelas: Lobo, en Trabajos del reino, y Makina, en Señales que precederán el fin del mundo—, reflejos de la sociedad mexicana de nuestros días que no es la generación espontánea del reinado del crimen organizado que abate al país actualmente, lo que llegan a ser, y que es lo que vemos en el tiempo presente del relato, son los productos acabados de una fermentación que tuvo quizá su origen en la guerra sucia echeverrista, pero más visiblemente en la rabia y frustración que provocó la cínica burla del lopezportillismo y la profunda crisis que le siguió a lo largo de la década de los ochenta; los protagonistas de Herrera vienen ya de vuelta de las promesas incumplidas del bienestar neoliberal del salinismo y de la farsa democrática del cambio con el régimen foxista. No obstante, lo que siguió a esta etapa de constantes decepciones, de aprender a ser culturalmente los mexicanos de las crisis endémicas, de las devaluaciones sexenales, tiene en el estado de excepción de los últimos años el catalizador de la nueva comunidad en la que nos imaginamos todos como sobrevivientes precarios al reconocer ya sin velos la crudísima realidad en la que vivimos. Dice al respecto Adrián López:

México es nuda vida, no necesito explicarlo, creo que todos la padecemos, la hemos visto, nos ha tocado vivirla, ahí expuestos a una organización criminal y a un imperio decadente que en cualquier momento nos puede levantar, matar, descuartizar, echar en ácido y todo como si nada, o se nos calumnia, somos culpables de antemano, alguien tiene que pagar. (2013, sin pág.)

Esta cualidad de saber la realidad, de lidiar con ella en buena medida con un lenguaje que se ajusta a su condición de nuda vida, porque sobrevivir es lo más importante aunque se acepte que se puede uno morir en cualquier momento, es una constante en la construcción del relato. El Alfaqueque comprende que ante el contundente derrumbe del proyecto de país que nos vendieron en la escuela, en los discursos políticos y en los medios (el ahora estado fallido mexicano), queda la resistencia a través de un lenguaje (no sólo verbal, sino físico, convivencial, existencial si se quiere) que no contradice frontalmente el status quo de la ignominia que nos rodea sino que al confirmarlo lo doma en muchos sentidos. Si el Estado (narco) se autolegitima con la institucionalidad del estado de excepción, lo que opera como una inclusión forzada de todos en el cerco delimitado por la violencia estatal y criminal, la supervivencia legitima a la comunidad imaginada que abjura de sus instituciones, aunque no pueda (aún) remplazarlas.


Ⅳ. Conclusiones

Seguramente nuestra historia reciente nos ha hecho menos (o nada) nacionalistas, pero no somos apátridas. Los personajes de Herrera amargamente (y al mismo tiempo con un cinismo estoico) reconocen su condición vulnerable, pero sobreviven aún en estado de nuda vida. Ese sobrevivir a México, a pesar de todo, es quizá la seña de identidad más acuciosa que tienen, con la que se reconocen parte de esta comunidad imaginada amenazada en todo momento por el fantasma de la violencia y la muerte pero que aun así no llega disolverse. En muchos sentidos, a la presencia de este fantasma aluden en su conjunto las novelas de Yuri Herrera, pero creo que sobre todo subrayan el efecto avasallador que esta situación ha tenido en la sociedad mexicana. Quizá esto no sea fortuito si pensamos que el ciclo de publicación de sus obras —Trabajos del reino (2004), Señales que precederán al fin del mundo (2009) y La transmigración de los cuerpos (2013) —, coincide con el del recrudecimiento a lo largo del territorio nacional de la violencia, del imperio del narco y de la ineptitud o falta de voluntad de las instituciones estatales de todos los niveles para hallar soluciones. Sólo durante el sexenio calderonista y su fallida “guerra contra el narco”, según datos oficiales del INEGI, de 2007 a 2012 hubo ¡121,613 asesinatos en el país!,2) lo que llevaba a Silva-Herzog a declarar sobre ese sexenio que: “No puede negarse que México es hoy [2011] un país más inhóspito, más bárbaro, más cruel, más salvaje de lo que era hace cinco años” (en Botello 2012, 180-181). Y si se sigue la cuenta de los años siguientes, como seguramente lo hace Yuri Herrera, son muchos más los miles de muertos que se van apilando sobre esta conciencia de que habitamos un país desvalido de instituciones legítimas y que lo que queda es resistir en nuda vida:

Este concepto aporta un camino para la resistencia y en el que quiero insistir: tenemos que cuestionarnos la posibilidad de vivir sin un poder soberano o por lo menos desplazar su centro constantemente. Todo poder soberano nos puede proteger, pero en la misma medida nos puede desnudar y hacer con nuestra vida lo que le plazca, llámese ese poder dios, el estado, una madre, el amor, una sustancia, una institución, etcétera. (López 2013, sin pág.)

Vale la pena mencionar aquí que, en concordancia con esta preocupación y compromiso crítico, Yuri Herrera desarrolla en el relato infantil ilustrado Los ojos de Lía (2012) el tema de la violencia como experiencia iniciática de una generación de mexicanos (los niños de hoy día) que han nacido en medio del estado de excepción. Al igual que sucede en la novela analizada, aquí la protagonista (adolescente), luego de pasar frente a la escena de un crimen que resulta ser el asesinato del pariente de un amigo de ella, debe sobreponerse al trauma de la violencia y el miedo que la rodea, es decir, debe aprender a sobrevivir esta realidad, a reconstruir una subjetividad que fácilmente podría naufragar, especialmente a esta edad. Christian Sperling ha analizado este relato en el marco de la obra de Herrera y del mercado al que está dirigido, y sobre todo en relación con el tema de la violencia como experiencia de aprendizaje social:

Por otro lado, aunque el relato representa críticamente la naturalización de la violencia en nuestro entorno cotidiano por medio del humor negro y la representación del horror cuya reiteración nos vuelve insensibles, queremos apuntar la pregunta: ¿en qué medida la misma propuesta de asimilación de la experiencia violenta en una trama iniciática felizmente concluida contribuye a la normalización de la violencia en nuestro presente?” (2013, 152).

Lo que señala Sperling es por demás pertinente al abordar el análisis de la novela (y de la obra en general de Yuri Herrera) ya que cabe preguntarnos qué hacer ante este escenario desolador. ¿Abandonarnos al cinismo que parece ser la marca registrada de las acciones del Alfaqueque o quizá asumir que en algún momento involucionaremos al estado casi pre-civilizatorio del Ñándertal? “¿Entonces cómo podemos habitar el mundo? Debemos aprender a vivir con lo imposible” —sugiere Adrián López:

Es decir con esa imposibilidad para vivir juntos, con la verdad que tal vez no hay que develar: que la comunidad es imposible, el conflicto y la violencia parecen tener un estatuto ontológico y estar arraigados en la forma de hacer lazo social, parece ser que hay algo del otro y de la alteridad que es irreductible e inaccesible y que vivir en comunidad significa más un estar expuesto y arrojado al contacto vertiginoso con el otro que una protección o burbuja que inmuniza. (2013, sin pág.)

Y no obstante, finaliza López: “Hay que vivir con esa verdad pero no debemos olvidar que aun así persiste lo común entre tú y yo: eso, que desde siempre hemos habitado algo imposible” (2013, sin pág. subrayado mío). Acaso la gravedad de la situación provoca que hasta cuando llegamos a ver los demás sin sospechas o a tener algún gesto de solidaridad, en ese habitar lo imposible, parezcan signos vacíos de real significado, casi accidentes en la convivencia que más que hacernos sentir orgullosos nos hacen sentir débiles o estúpidos, como el Alfaqueque, que en el cierre de la novela se encuentra con la disyuntiva de ayudar a la Ñora para sacar a su hijo de la cárcel o ignorarla:

La Ñora hizo una pausa para dejar que el Alfaqueque interviniera; él esperaba que no estuviera pidiéndole lo que parecía que le estaba pidiéndole./ Chingao, sí se lo estaba pidiendo. Consideró por un momento la posibilidad de dejar al hijito de la chingada pasar la noche en los separos, pero no podía hacerlo. Quizá Gustavo tenía razón: en estos días siempre estamos caminando junto a un cuerpo tirado en la calle, ya no es posible hacer como que no lo vemos. (Herrera 2013, 134 subrayado mío)

La escena (y la novela) cierra con el protagonista saliendo de nuevo a la calle con desgana y cansancio a buscar al hijo de la Ñora. Pero el detalle importante es que lo hace, incluso muy en contra de sus ganas de quedarse con la Tres Veces Rubia que lo ha recibido al final ya como su amante. Al final del relato, si bien puede tener algunos visos paródicos de melodrama, podemos entender que a pesar de todo, del miedo, del cinismo, de la desgana, de la violencia y la muerte, del reconfortante sexo, del salvoconducto del anonimato y la apatía, y de todo el mundo en general, Yuri Herrera sugiere que hay algo de esperanza, que después y a pesar de todo hay resquicios donde todavía podemos encontrarle sentido al esfuerzo de seguir manteniendo en pie la comunidad imaginada que nos tocó vivir.

Acknowledgments

* This work was supported by the National Research Foundation of Korea Grant funded by the Korean Government(NRF-2008-362-A00003)

Notes

1) Williams apunta en su libro The Mexican Exception que ante la gran sospecha de la sociedad de fraude en las elecciones que finalmente fueron adjudicas por el IFE a Felipe Calderón en 2006, éste, ya siendo Presidente lanzó su guerra contra el narco para tratar de legitimarse en el poder: “In what would prove to be the most contentious presidential elections since the 1988 election of Carlos Salinas de Gortari, the 2006 presidential elections were accompanied by vociferous claims of fraud. In the end Mexico’s Federal Electoral Institute resolved the electoral stand off by recounting approximately 9 percent of the vote and declared the conservative PAN candidate Felipe Calderón the winner on September 5, 2006. Within days of coming to power in these hotly contested elections, President Calderón defined the future of his presidency by declaring war on the drug cartels. Since then, over forty thousand soldiers have been deployed in Mexican territory, and it is calculated that the conflict has claimed the lives of over thirty-five thousand people. Fighting the drug cartels has cost a fortune in military expenditures, and this struggle has had a hugely negative impact on Mexico’s image abroad, even leading to speculation in some official circles in the United States that Mexico might be a failed state” (2011, 3).
2) Datos disponibles en INEGI, “Defunciones por homicidios, por año de registro”: http://www.inegi.org.mx/lib/olap/consulta/general_ver4/MDXQueryDatos.asp?#Regreso&c=

Referencias bibliográficas

  • Agamben, Giorgio, (1998), Homo Sacer, Sovereign Power And Bare Life, Daniel, Heller-Roazer (trad.), Stanford, Stanford University Press.
  • Anderson, Benedict, (1991), Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, México, FCE.
  • Arribas, Rubén A., (2008), “Entrevista a Yuri Herrera”, en Revistateína, No.19.
  • Benjamin, Walter, (2001), “Para una crítica de la violencia y otros ensayos”, (3ra ed.), Roberto, Blatt (Trad.), Madrid, Taurus.
  • Botello, Yaotzin, (2012), “México: el país de los muertos sin nombre”, Nueva sociedad, No.237, p179-187.
  • Herrera, Yuri, (2008), Trabajos del reino, Cáceres, Periférica.
  • Herrera, Yuri, (2010), Señales que precederán al fin del mundo, Cáceres, Periférica.
  • Herrera, Yuri, (2013), La transmigración de los cuerpos, Cáceres, Periférica.
  • INEGI, (2016), “Defunciones por homicidios, por año de registro”, http://www.inegi.org.mx/lib/olap/consulta/general_ver4/MDXQueryDatos.asp?#Regreso&c= (2016.02.12).
  • López, Adrián, (2013), “El desnudamiento de la vida y su exposición a la violencia: nuda vida”, RegistroMX Literatura Arte Pensamiento (website).
  • Navarro Pastor, Santiago, (2011), “La violencia en sordina en Señales que precederán al fin del mundo de Yuri Herrera”, México interdisciplinario, No.1, p93-126.
  • Pron, Patricio, (2013), “Verbo y verga. Reseña de La transmigración de los cuerpos”, Letras libres, No.172, p74-75.
  • Solís González, José Luis, (2013), “Neoliberalismo y crimen organizado en México: El surgimiento del Estado narco”, Frontera norte, No.50, p7-34.
  • Sperling, Christian, (2013), “Apuntes para un mundo feliz. La violencia como experiencia iniciática en Los ojos de Lía”, Tema y variaciones de literatura, No.41, p141-154.
  • Williams, Gareth, (2011), The Mexican Exception. Sovereignty, Police, and Democracy, New York, Palgrave Macmillan.