Alfonso Reyes y el Ateneo de la Juventud
Resumen
Se estudia la relación entre el gran hombre de letras mexicano Alfonso Reyes y el grupo de pensadores, escritores y críticos que integraron el Ateneo de la Juventud, para mostrar la recíproca influencia que existió entre ellos, así como el papel que desempeñó el Ateneo como ruptura con el viejo modelo positivista y la apertura a las nuevas ideas en torno a espiritualismo, juvenilismo, formación de un sector pensante y crítico, aristocracia intelectual, etc. Se discute también la relación de las ideas del Ateneo de la Juventud con la Revolución Mexicana. Se revisan las prácticas sociales y culturales de diálogo y amistad a las que se considera claves para entender las formas de sociabilidad intelectual propias de principios de siglo en México y América Latina, y se pasa revista al papel de las lecturas clásicas y de los pensadores modernos (Nietzsche, Schopenhauer, Bergson, Boutroux, entre otros), en los ateneístas, así como se recupera el sentido arielista de una relación entre conocimiento, ética y estética como claves formativas para los hombres de ideas de su momento.
Abstract
This article analyzes the relationship between Mexican writer Alfonso Reyes and the group of thinkers, writers, and critics that conformed the Ateneo de la Juventud, in order to show the reciprocal influence that existed between them. The article also considers the Ateneo’s role in breaking from the old Positivist model and the acceptance of new ideas around spiritualism, youthfulness, the creation of a thinking and critical sphere, and intellectual aristocracy, among others. The relationship between the ideas of the Ateneo de la Juventud and the Mexican Revolution are discussed, as well as the social and cultural practices of dialogue and friendship, which are considered to be key to understanding the manifestations of intellectual sociability that took place at the turn of the century in Mexico and Latin America. The article also presents an overview of the role that the reading of classical texts and modern thinkers (Nietzsche, Schopenhauer, Bergson, Boutroux among others) had for ateneístas, as well as the way in which they preserved an arielista sense of a relationship between knowledge, ethics, and aesthetics as formative keys for the ideas men of their time.
Keywords:
Alfonso Reyes, Ateneo de la Juventud, Mexican Revolution, Youth, SpiritualismAlfonso Reyes, Ateneo de la Juventud, Revolución Mexicana, Juventud, Espiritualismo
Ⅰ. Introducción
Considero que hablar de Alfonso Reyes y el Ateneo de la Juventud representa una gran oportunidad para pensar a México en el mundo y al mundo en México. Sus aportes pueden verse como una invitación a abrir compuertas a las corrientes de la cultura universal, sincronizando relojes con lo que se estaba haciendo y pensando en otras partes del planeta, al tiempo que generando un clima de convivencia en la cultura y distintas posibilidades de establecer renovadas formas de contacto y difusión de lo que se estaba haciendo y pensando en la propia nación mexicana. Una lectura de las muchas correspondencias que existieron entre la trayectoria del joven Reyes y la del grupo ateneísta puede resultar muy ilustrativa de toda una etapa de la renovación intelectual de México que comenzó a gestarse a partir de la entrada en crisis del modelo positivista y la renovación del interés por la dimensión humanística del conocimiento.
El Ateneo aspiró a incidir en la vida cultural de México, generar un cambio intelectual y manifestó un auténtico interés por entrar en diálogo con la cultura moderna, las nuevas corrientes de pensamiento, las artes y las humanidades: aspiraciones todas que fueron también las de Alfonso Reyes. Los futuros integrantes del grupo ateneísta hicieron su ingreso en el espacio público mexicano de principios del siglo XX a partir de dos grandes exigencias: la defensa del “modernismo literario” y el “antipositivismo filosófico(García Morales 1992, 3)”, y pronto comenzaron también a preocuparse por consolidar proyectos de renovación del pensamiento a través de la educación y la extensión de la cultura. Todo ello implicaba a su vez propiciar una actualización de lecturas y discusiones, promover la renovación filosófica, explorar nuevas formas de la creación y la crítica, poner énfasis en las dimensiones éticas y estéticas del conocimiento, fortalecer redes textuales e intercambios intelectuales y colaborar en la renovación de las instituciones, la modificación de los programas educativos y el diseño de un plan de difusión de la cultura que incluyera una dimensión humanista. Cockroft(1971, 57) lo define como un “club intelectual de debate”, que “sesionaba regularmente en la ciudad de México”, conformado por “estudiantes, escritores, artistas, o profesionales y maestros deseosos de entablar discusiones libres y de investigar conceptos intelectuales nuevos para reemplazar el cientificismo y el dogmatismo del positivismo”.
Para una mejor comprensión del modo en que se fue conformando el Ateneo es necesario atender no sólo a la vida y obra de cada uno de sus integrantes, sino también, desde una perspectiva afín a la historia intelectual, considerar su existencia como grupo, las prácticas de lectura y debate que fueron centrales para ellos, sus formas de sociabilidad ligadas al mundo del libro y la lectura, su capacidad para generar redes intelectuales, para alimentar proyectos culturales y educativos y, en general, su participación en la vida pública a través de varias formas de intervención, que iban de la colaboración en revistas y ciclos de conferencias a la elaboración de proyectos educativos y editoriales renovadores.
Ⅱ. Un grupo en diálogo y en red
El Ateneo de la Juventud fue fundado el 28 de octubre de 1909 con el objeto de contribuir al adelanto de la cultura y el arte, tanto a través de su estudio y discusión por parte de sus integrantes como de la difusión de las ideas en sectores más amplios de la población a través de conferencias y debates públicos. Los miembros fundadores fueron Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y José Vasconcelos(Hernández Luna 1962, 8). Entre sus principales representantes se encontraban su mentor intelectual, Justo Sierra, así como Jesús T. Acevedo(animador de la Sociedad de Conferencias que fue antecedente del Ateneo), Ricardo Gómez Robelo, Martín Luis Guzmán, Isidro Fabela, Julio Torri, Luis Cabrera y Ramón López Velarde, entre otros(Curiel 1999, 38-39; Krauze 2000, 47). Conocido posteriormente como Ateneo de México, fueron progresivamente integrándose a él no sólo escritores, artistas y pensadores sino también arquitectos y científicos. El Ateneo llegó a contar con alrededor de cien miembros y cerró definitivamente sus puertas a mediados de 1914. Sus integrantes participaron también en la fundación de la Universidad Popular Mexicana en septiembre de 1912(Krauze 2000, 48-49).
Revisar los antecedentes de la formación de este grupo nos conduce hasta las prácticas de sociabilidad que tenían los jóvenes de la época y que cumplieron una importante función en la consolidación del Ateneo propiamente dicho. Este agrupamiento había comenzado a gestarse entre 1903 y 1904, en un clima de inquietud intelectual al que contribuyeron grandes maestros que, como Justo Sierra, Ezequiel A. Chávez, Porfirio Parra, José María Vigil, Enrique González Martínez y Luis G. Urbina, buscaron estimular una apertura del modelo positivista a nuevos autores, lecturas y problemas(Hernández Luna 1962, 10-11). A ello se sumó la realización de una serie de lecturas en la Escuela Nacional Preparatoria y el comienzo de la colaboración de varios jóvenes con las publicaciones de la época: Revista Moderna de México(1903-1911) y Savia Moderna(1906). Un grupo de estudiantes había formado también en 1906 la Sociedad de Alumnos de la Escuela Nacional Preparatoria, en cuyo primer aniversario un muy joven Alfonso Reyes leyó una “Alocución” que consideraron “espléndida”, en la que planteaba la necesidad de que existiera un mayor equilibrio entre las esferas de lo material y lo espiritual; este discurso tuvo mucho eco y puede a la distancia considerarse una especie de manifiesto que adelantaba toda una postura crítica al pensamiento imperante, aunque no se deslindaba de la defensa de una postura liberal y laica. También en 1907 varios jóvenes participaron en una marcha de desagravio al gran escritor modernista Manuel Gutiérrez Nájera. Estos acontecimientos fueron antecedentes fundamentales de la formalización en 1908 de la Sociedad de Conferencias, por iniciativa del arquitecto Jesús T. Acevedo, en la que participaron Antonio Caso, los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto, Ricardo Gómez Robelo, entre otros, con la incorporación posterior de figuras como José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Julio Torri y Enrique González Martínez(Hernández Luna 1962, 13-17).
Es así como, además de su participación en una serie de intervenciones públicas en actos cívicos, ciclos de conferencias y reuniones de lectura en distintos ámbitos que Hernández Luna denomina “pequeños cenáculos”, como el taller del arquitecto Acevedo, la biblioteca de Antonio Caso y la casa de Alfonso Reyes, los futuros ateneístas emprendieron también la lectura y discusión de autores clásicos y modernos: desde Platón y Kant hasta Nietzsche y Schopenhauer, así como obras de estética y budismo.
Estas lecturas compartidas y estas discusiones en rueda de amigos confirmaron una primera coincidencia intelectual, a partir de la cual los futuros ateneístas fueron abriendo una brecha crítica en el modelo positivista y el cientificismo imperante, relacionando ética y estética con la formación del ser humano. Contaron también con los auspicios de Justo Sierra y Ezequiel A. Chávez.
Se entiende la importancia que tuvo en este clima intelectual la recepción del Ariel de Rodó, publicado en Montevideo en 1900 y pronto convertido en un referente de enorme importancia para las nuevas generaciones, así como la pronta aparición de una edición mexicana, ya que este texto se volvió a publicar en México pocos años después, a instancias de Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, con el patrocinio de su padre, el gobernador y general Bernardo Reyes, en 1908(Barrera Enderle 2017). El Ariel representaba tanto una defensa del idealismo y una crítica del materialismo (esta obra se inspira en el contraste entre Ariel y Calibán, dos figuras tomadas de La tempestad de Shakespeare y reinterpretadas por Renan), como un indicador de la importancia de la figura del maestro: estos elementos contribuyeron a forjar en varios ateneístas, comenzando por Pedro Henríquez Ureña, un programa de defensa de las humanidades y de impulso a la educación y la lectura.
En nuestra opinión, para entender esa importante formación intelectual que fue el Ateneo es conveniente interpretarla en diálogo y en red. En efecto, es necesario considerarla en diálogo, en cuanto el Ateneo generó un clima de amistad intelectual, una confraternidad de lecturas y proyectos, un encuentro de vocaciones e intercambio de ideas, como sucedió con la tan recordada lectura en voz alta de la República de Platón hecha por sus integrantes. Ese sentido de diálogo, convivencia y sociabilidad intelectual tan necesarios para la generación de las ideas quedará evocado en un primoroso poema escrito muchos años después por Alfonso Reyes en 1946, al cumplir los 57 años. Es la “Balada de los amigos muertos”, dedicada a Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y Enrique Díez Canedo:
[⋯] Me voy quedando sin más compañía
que las reliquias y que los retratos.
¡Claras memorias, dulcísimos ratos! [⋯]
¡Gratas lecturas, gustoso palique!
Todos lo entienden sin que yo lo explique [⋯].
¿A dónde están Pedro, Antonio y Enrique?
¿Dónde el encanto de aquella velada
en que, anotando pasajes del Fedro,
los comentarios copiosos de Pedro
sólo escampaban en la madrugada?
¡Rapto de Antonio, o bien carcajada,
según los inspiren el dios o el demonio!
¿A dónde estáis, regocijos de un día?
¿A dónde están Pedro, Enrique y Antonio? [⋯]
(Reyes 1959a, 225-226).
He dicho también que es posible leer el Ateneo en red, en cuanto no hay que pensarlo como una suma de individualidades o como un esfuerzo aislado en la torre de marfil, sino como un grupo (de allí que muchos se identificaran con un “nosotros”), a la vez que estaban vinculados a otros proyectos de intervención en la vida cultural, como los ciclos de conferencias, las publicaciones (en particular sus colaboraciones en la segunda época de la Revista Moderna y la revista Savia Moderna, obedeciendo a una alta exigencia artística e intelectual), así como la participación en actos públicos, manifestaciones y homenajes, como el que se tributó a Gabino Barreda, fundador de la Escuela Nacional Preparatoria (Curiel 1999, 281). Este último ejemplo ilustra muy bien la importancia que tuvieron ciertas prácticas y rituales de sociabilidad para la consolidación del grupo y la génesis de una genealogía intelectual(Pita y Vuelvas 2013, 17-37).
Y desde luego que pensarlos en red implica atender al intercambio de lecturas y a esos vínculos epistolares que unieron a Reyes con Pedro Henríquez Ureña o a éste con su hermano Max, así como a ellos con otros colegas de América y Europa: Cuba y República Dominicana, Madrid y París. Todo ello demuestra que el Ateneo no fue sólo un “club intelectual”, como lo llama Cockroft, sino una formación y una red que deseaba explorar el modo en que, desde la recuperación de las humanidades y el ejercicio serio de la crítica y el debate, se contribuyera a constituir un sentido moderno de la cultura y renovar el sistema educativo: no sólo la Escuela Nacional Preparatoria donde se leyó el Ariel, sino la Escuela de Altos Estudios fundada por Sierra(uno de cuyos grandes proyectos fue la refundación de la Universidad de México) tenía precisamente una asignatura pendiente: el reingreso de las humanidades y de un nuevo humanismo al curriculum.
Ⅲ. Retrato de grupo
Referirnos a Reyes y el Ateneo implica por una parte atender a lo que significó el fermento intelectual del Ateneo en el joven Reyes, pero implica también por otra parte reconocer hasta qué punto la memoria del Ateneo es deudora de Reyes. Mucho de lo que sabemos del grupo lo debemos a don Alfonso.
Investigadores como Álvaro Matute(2008) reconocen la piedra de toque que significó el hallazgo en los archivos de Alfonso Reyes, por parte de su nieta Alicia Reyes, de una carta donde Pedro Henríquez Ureña habla de “Nosotros” y que sería la base de ese texto fundamental que es “Pasado inmediato”, clave para emprender la historia del Ateneo. Existe también la posibilidad de espigar más noticias sobre el Ateneo en los diversos textos que Reyes dedica a Justo Sierra, Henríquez Ureña o Jesús T. Acevedo.
La investigadora Susana Quintanilla(2008) dedicó a este grupo un acucioso estudio, que lleva también por título Nosotros, y que ha sido considerado como una original contribución a la historia intelectual en cuanto aborda al Ateneo como un colectivo en el que participan distintas voces y presencias.
Pero ¿qué fue el Ateneo de la Juventud? ¿A qué países alcanzó la noticia de su existencia? Permítaseme apelar a un testimonio recogido en Cuestiones estéticas, mucho menos difundido y muy sabroso al mismo tiempo, donde se caracteriza al Ateneo y se habla de Alfonso Reyes como el benjamín (tenía sólo 17 años cuando se integró al Ateneo, aunque contaba ya con un valioso patrimonio cultural dado por la frecuentación de la biblioteca familiar). Reyes era así el más joven de “un simpático grupo de escritores, pequeña academia mexicana de libres discusiones platónicas (García Calderón 1955, 11)”:
En la majestuosa ciudad del Anáhuac, severa, imperial, discuten gravemente estos mancebos apasionados. Pedro Henríquez Ureña, hijo de Salomé Ureña, la admirable poetisa dominicana, es el Sócrates de este grupo fraternal, me escribe Reyes. Será una de las glorias más ciertas del pensamiento americano[⋯] Junto a Henríquez Ureña y Alfonso Reyes están Antonio Caso, filósofo que ha estudiado robustamente a Nietzsche y Augusto Comte, enflaquecido por las meditaciones, elocuente, creador de bellas síntesis; Jesús T. Acevedo, arquitecto pródigo en ideas, distante melancólico, perdido en la contemplación de sus visiones; Max Henríquez Ureña, hermano de Pedro, artista, periodista, brillante crítico de ideas musicales; Alfonso Cravioto, crítico de ideas pictóricas; otros varios, en fin, cuyas aficiones de noble idealismo se armonizan dentro de las más rica variedad de especialidades científicas.
Comentan estos jóvenes libremente todas las ideas, un día las Memorias de Goethe, otro la arquitectura gótica, después la música de Strauss. Preside a sus escarceos, perdurable sugestión, el ideal griego. Conocen la Grecia artística y filosófica, y algo del espíritu platónico llega a la vieja ciudad colonial donde un grupo ardiente escucha la música de ideales esferas y desempeña un magisterio armonioso(García Calderón 1955, 11-12).
Se trata del testimonio de Francisco García Calderón, un hombre de letras peruano residente en París, quien se cartea con el joven Alfonso y participa en la publicación de sus primeros trabajos, y quien a su vez consigna haber recibido previamente estas noticias del propio Reyes. Considero valioso este testimonio por muchas razones: por una parte, constituye una síntesis bastante fehaciente y elocuente de lo que era el entonces recientemente fundado Ateneo de la Juventud, la vocación de sus principales integrantes, los temas que les interesaban y la importancia que para ellos tenía la cultura griega traducida en su sello platónico. El escritor peruano mantenía a su vez correspondencia con un jovencísimo Alfonso Reyes, al tiempo que lo estimulaba a publicar en Francia su libro sobre Cuestiones estéticas, que habría de aparecer en París en edición de la casa Paul Ollendorff en 1911.
Esto confirma que es por una parte correcto preguntarnos qué debe el jovencísimo Alfonso Reyes al Ateneo, a cuya vocación tanto impulso y aliento dio ese grupo de amigos de la capital mexicana con altas inquietudes intelectuales, invitándolo no sólo a participar en lecturas compartidas sino también a distintas actividades de extensión de la cultura, como la conferencia sobre Manuel José Othón. Pero no menos lícito es preguntarnos qué debe el Ateneo al joven Reyes, en cuanto éste impulsó distintos proyectos en ese momento crucial de ocaso del porfiriato y comienzos del maderismo y la Revolución. Y como sabemos Reyes a su vez nos ha dejado un testimonio clave en Pasado inmediato, sobre el que volveremos.
Quiero recuperar otras páginas notables. En una de las evocaciones del general Bernardo Reyes, escribe el joven Alfonso: “Mi padre, primer director de mi conciencia, creía en todas las mayúsculas de entonces -el Progreso, la Civilización, la Perfectibilidad Moral del Hombre- a la manera heroica de los liberales de su tiempo(Reyes 1990c, 544).” Estas son las “mayúsculas”: magnífica imagen de esos pilares sobre los que se había erigido el templo laico del positivismo (orden y progreso), términos absolutos cuyos alcances el propio Reyes y el Ateneo habrán de criticar e intentar completar. Recuerda más adelante Reyes en estas páginas autobiográficas: “Tu casa es la escuela de la Naturaleza -solía decirme mi padre años más tarde, cuando volvía de vacaciones a mi tierra. Porque temía que me hubiera sofisticado del todo la vida de México y el excesivo trato de libros(ibid..).”
Coinciden pues el crecimiento intelectual y el comienzo de la emancipación de Reyes, su salida de la casa y la tutela paterna, con la incorporación a esa nueva corriente de curiosidad y renovación intelectual que fue el Ateneo. A través de la correspondencia entre estos amigos(Reyes y Henríquez Ureña 1986) puede advertirse este proceso. En las cartas de Reyes dirigidas a Pedro Henríquez Ureña se puede seguir este paulatino proceso de emancipación respecto de la fuerte figura de Bernardo Reyes: mi padre no me comprende, dirá Alfonso, en una frase que tarde o temprano hemos dicho todos los hijos en esa hora difícil en que el joven toma una distancia crítica y decide salir del ámbito familiar para ver el mundo y encontrar lazos de amistad, identificaciones generacionales: para decirlo con la feliz expresión de Goethe, se trata de “afinidades electivas”.
Ⅳ. Juventud y renovación intelectual
Estos prolegómenos nos permiten pasar a la idea de juventud, presente en el nombre del Ateneo, y que se inscribe en una oleada mayor relacionada con ese movimiento continental conocido como “juvenilismo”. Juventud es mucho más que un término que designa una etapa de la vida (tal vez la mejor): es un término que envía a un reconocimiento generacional y a una actitud de cambio, de ruptura, de curiosidad. No sólo el Ariel de Rodó está dedicado a la juventud americana, sino que también el movimiento de la Reforma Universitaria de Córdoba, Argentina, se hace en nombre de los jóvenes, de los estudiantes, que reclaman un recambio generacional, la posibilidad de acceso a la toma de decisiones y de incidencia en la política, la cultura, el futuro. Recuerdo que Alfred Sauvy, reflexionando sobre el 68 francés, plantea: “La rebelión de los jóvenes, superponiéndose en unos casos y oponiéndose en otros a la tradicional lucha de clases, ha alterado de forma singular las posiciones tradicionales (Sauvy 1970, 79).”
Juventud es también lo opuesto a una “gerontocracia”, como acertadamente la llama Enrique Krauze(2000, 51), a esa “momiza” o “danza de los viejitos”, como la llama Luis González y González (ctd. por Curiel 1999, 243), o a esa “tenebra” o momento senil de la dictadura a que se refiere Fernando Curiel (ibid). Los propios jóvenes exclamaron en su momento “¡Momias a vuestros sepulcros! ¡El porvenir es nuestro!(Curiel 1999, 247)”, en un grito dirigido a esa todopoderosa “gerontocracia” del grupo positivista enquistado en el poder. Ya en una primera manifestación pública en desagravio al poeta Manuel Gutiérrez Nájera y denuncia del carácter espurio de una publicación que quería hacerse pasar como Revista Azul, Alfonso Reyes, Max y Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Cravioto, entre otros firmantes, distribuirán un manifiesto donde se identificarán como “Nosotros [⋯] el núcleo de la juventud intelectual” y dirán: “somos jóvenes y fuertes, y nutrimos nuestro cerebro en todas las ramas del arte, para ser verdaderamente cultos(Roggiano 1989, 47-48).” Como se ve desde los términos de este volante elaborado por los manifestantes y colaboradores de Savia Moderna, juventud, fortaleza y cultura, pasado rancio y porvenir activo, son rasgos que constituyen el antecedente del Ateneo.
Pero a su vez la juventud se define por oposición y contraste. Y aquí regreso a la inmejorable descripción de los últimos estertores del régimen porfirista que hace Reyes en “Pasado inmediato”:
Los Científicos, dueños de la Escuela, habían derivado hacia la filosofía de Spencer, como otros positivistas, en otras tierras, derivaron hacia John Stuart Mill. A pesar de ser spencerianos, nuestros directores positivistas tenían miedo de la evolución, de la transformación. La historia, es decir, la sucesión de los hechos trascendentes para la vida de los pueblos, parecía una cosa remota, algo ya acabado para siempre; la historia parecía una parte de la prehistoria. México era un país maduro, no pasible de cambio, en equilibrio final, en estado de civilización. México era la paz, entendida como especie de la inmovilidad, la Pax Augusta [⋯] Una cuarteadura invisible, un leve rendijo por donde se coló de repente el aire de afuera [antes dirá “el aire de la calle”], y aquella capitosa cámara, incapaz de la oxigenación, estalló como bomba (Reyes 1960b, 184-185, el subrayado es nuestro).
Y continúa con esta exaltada reflexión:
¡Ah, pero la historia, la irreversibilidad de las cosas siempre en marcha, con su gruñido de Nilo en creciente que no sufre márgenes ni orillas! Trabajo costó a los muchachos de entonces el admitir otra vez -cuando la vida nacional dio un salto de resorte oprimidoque la tela histórica está tramada con los hilos de cada día; que los héroes nacionales -sólo entrevistos en las estampas alegóricas, a caballo y saltando por entre la orla simbólica de laureles-, podían ser nada menos que este o aquel humilde vecino conocido de todos[⋯] (Reyes 1960b, 184).
La gran prosa de Reyes se anuncia ya en esta gráfica y temprana oposición entre la “gerontocracia” del régimen y su concepción de la historia que los defensores de Porfirio Díaz consideraban clausurada y acabada -esto es, una afirmación totalmente contradictoria con la idea de evolución que ellos mismos pregonaban-, y la aparición en la escena pública, atentos al rumor de la calle y ya no resignados a la torre de marfil, de algunos modernistas, defensores de la reapertura de la historia y la crítica de lo heredado, en consonancia con la defensa de la juventud por parte de los muchachos de entonces. ¿La paz? se pregunta Reyes (1960b, 185): también envejecía la paz⋯
Es realmente maravilloso este texto que conocemos como “Pasado inmediato”, donde se hace un balance excepcional del fin de una época y del carácter excluyente del grupo en el poder, que, paradójicamente, apoyado en la idea de evolución, se oponía al cambio.
Y lo considero valioso también porque de algún modo muestra las redes intelectuales, las redes epistolares, los intercambios de noticias y lecturas, el establecimiento de un ambiente de diálogo, curiosidad y renovación intelectual, así como el ejercicio de la crítica de altura que el Ateneo estaba fomentando e, insisto, abriendo compuertas para que México se abriera al mundo y el mundo llegara a México, después de los años de plegarse en instituciones, lecturas y planes de estudio a un modelo positivista excluyente de la tradición de las humanidades.
Es muy difícil intentar hacer un retrato sin correr el riesgo de congelar ese momento vivo, insisto, de diálogo, de curiosidad, de renovación intelectual, asociado precisamente por el ímpetu de la juventud que quería romper con aquello que acertadamente Krauze llama “la gerontocracia” positivista, y que se evidencia en la electricidad de las expresiones que aparecen en las cartas.
“Juventud” es una palabra con una enorme carga de sentido, en cuanto no sólo designa una etapa de la vida asociada a la innovación, a la ruptura con lo anquilosado, a la rebeldía, a la posibilidad de hacer cosas nuevas y tomar distancia de lo que pronto se bautiza como viejo, anticuado, la “momiza”, el stablishment cultural, etc. Juventud es un término que habrá de tener enorme importancia si pensamos, por ejemplo, en el Ariel de Rodó, dedicado a la juventud, o la Reforma Universitaria, que cumplió en 2018 cien años, y que también hizo de la juventud del estudiantado un santo y seña. Ser joven no es sólo atravesar por una etapa de la vida sino también asumir una identificación generacional e ideológica. Implica ingresar a la vida social para incidir en ella, en algunos casos por la protesta, en otra por programas más articulados, como es el caso del Ateneo. Elegir como tema la relectura de Othón tiene otro sentido profundo para Reyes, en cuanto le permite reflexionar en torno a la juventud:
Ayuna de humanidades, la juventud perdía el sabor de las tradiciones, y sin quererlo se iba descastando insensiblemente. La limitación europea parecía más elegante que la investigación de las realidades más cercanas. Sólo algunos conservadores, desterrados de la enseñanza oficial, se comunicaban celosamente, de padres a hijos, la reseña secreta de la cultura mexicana; y así, paradójicamente, estos vástagos de imperialistas que escondían entre sus reliquias familiares alguna librea de la efímera y suspirada Corte, hacían de pronto figura de depositarios y guardianes de los tesoros patrios (Reyes 1960b, 193).
[⋯] En cierta carta de 1917 a los amigos cubanos, se ha procurado describir este carácter de la época:
Hubo un día -se dice ahí- en que mi México pareció, para las conciencias de los jóvenes, un don inmediato que los cielos le habían hecho a la tierra, un país brotado de súbito entre dos mares y dos ríos, sin deudas con el ayer ni compromisos con el mañana. Se nos disimulaba el sentido de las experiencias del pasado, y no se nos dejaba aprender el provechoso temor del porvenir. Toda noticia de nuestra verdadera posición ante el mundo se consideraba como indiscreta. Por miedo al contagio, se nos alejaba de ciertas pequeñas Repúblicas revolucionarias. Y teníamos un concepto estático de la patria, e ignorábamos las tormentas que nos amenazaban. Y creíamos, o se nos quería hacer creer, que hay hombres inmortales, en cuyas rodillas podían dormirse los destinos del pueblo (Reyes 1960b, 198).
Ⅴ. El significado del Ateneo
Regreso al otro componente clave del grupo anunciado desde su propio nombre: Ateneo. Los centros culturales conocidos como tales y cuyos nombres evocan a la diosa griega, comienzan a cobrar importancia —nos recuerda Adolfo Castañón— a fines del siglo XVIII, pues resultan focos transmisores de la Ilustración y de la ideología progresista de la Revolución Francesa. Tal es el caso del Ateneo español o “Ateneo científico y literario de Madrid”, cuya índole liberal y progresista hará que sea clausurado en no pocas ocasiones. También en América se expanden estas formaciones y agrupaciones liberales de amplia curiosidad intelectual que de algún modo buscan complementar en momentos de crisis del saber aquello que las instituciones educativas no logran cubrir. El Ateneo de la Juventud de México será uno de ellos: recuperar las humanidades, el lugar rector de la filosofía, el vínculo entre ética y estética, la generación de valores, el estímulo al pensamiento riguroso y la crítica de alto nivel.
Ateneo es por tradición una formación, un grupo que se reúne en son de amistad y escucha libre, a discutir y criticar, a sembrar inquietudes intelectuales, y su nombre está afiliado a una tradición liberal y laica, que existió tanto en México como en otros países de Hispanoamérica. Pero el Ateneo no se reúne puertas adentro, sino que deja que se cuele “el aire de la calle” y tiende puentes con la sociedad, con las instituciones educativas, ejerciendo algo que será más tarde un imperativo de muchos de sus integrantes: la extensión de la cultura. Se trata de crear un clima propicio a las artes, a la literatura, al libre pensamiento. En las conferencias del Ateneo algunos, como Antonio Caso, tomarán posición respecto de las tradiciones de pensamiento anteriores, como sucede con las reflexiones que dedica al positivismo precedente. Otros se abren a las nuevas corrientes (¿cómo ignorar ya a Nietzsche?), a la vez que, en un gesto de refundación de la cultura, regresan a las fuentes griegas, como es el caso de Pedro Henríquez Ureña, quien también evoca a los nuevos maestros provenientes de la propia tradición latinoamericana: Hostos, Martí, Sierra. Se trata de poner en circulación nuevas ideas, discutirlas: ¿cómo podía un joven culto de la época ignorar, ya lo dijimos, a Nietzsche, pero también a los grandes del pensamiento moderno como el norteamericano William James, o los franceses Boutroux y Bergson, una vez que otros autores como Renan se habían vuelto ya lugar común? Otros ateneístas se abren a la creación (la escritura en Reyes, la pintura en Rivera, Clausell y Montenegro, así como las reflexiones estéticas de Ángel Zárraga, poeta y pintor, la arquitectura en Acevedo y Pani, la música en Julián Carrillo y otros, comienzan a sentar las bases de la crítica, como es el caso de Reyes, quien reflexiona sobre literatura pero también se dedicará a la crítica de arte.
El Ateneo fue no sólo un “club intelectual” sino un “movimiento intelectual”, que hizo del conocimiento un valor, que defendió el rigor y la autoexigencia, el autoaprendizaje, y que desde luego pensó en la educación como el gran motor de cambio. La renovación espiritual no lo fue sólo de la sociedad sino de los propios integrantes del Ateneo que, liderados por Pedro Henríquez Ureña, aspiraban a propiciar una renovación espiritual que se multiplique en amplias capas de la población.
Leer entonces al Ateneo en red, y leerlo en su historia, ya que son importantes sus prolegómenos y reglas de sociabilidad (Savia Moderna, la marcha de la juventud, las tertulias, las comidas y banquetes y la Sociedad de Conferencias, y la figura propiciadora de Sierra o la figura vinculadora de Cravioto), como serán importantes sus derivas posrevolucionarias, cuando algunos de sus miembros como Vasconcelos, lleven a cabo parte del programa ateneísta y la misión educativa del libro. Redes de sociabilidad y redes de textualidad, que permiten circular intuiciones, ideas e ideales.
Ⅵ. El Ateneo y la Revolución Mexicana
Uno de los temas que han atraído la atención de los estudiosos es la relación entre los integrantes del Ateneo con la Revolución Mexicana(Rojas Garcidueñas 1979). Esta cuestión ha dado lugar a un hondo debate en cuanto a si puede considerarse que este grupo representa un antecedente intelectual de la misma o si, por el contrario, la Revolución fue un movimiento que desplazó ese proyecto, al que muchos consideran elitista. Lo cierto es que el Ateneo mostró las contradicciones de un régimen que empezaba a caerse a pedazos, una “gerontocracia” positivista en el poder, a la que se le respondía intentando una renovación cultural que defendiera la importancia de las humanidades, las lecturas formativas clásicas, y, en suma, una renovación moral de la sociedad desde el conocimiento, la educación, la promoción de la lectura como forma de autoformación intelectual, el fomento de la crítica(en correspondencia con las ideas de Mathew Arnold), la relación entre la ética y la estética. Y no hay duda de que muchas de las reflexiones de los ateneístas están en la base del gran programa educativo, de extensión de la cultura y de difusión de la lectura animado por Vasconcelos, como lo están en la base del pensamiento de Henríquez Ureña.
No hicieron sino lo mismo que alguna vez propuso Sócrates: ser un moscardón que persiguiera la marcha del pesado elefante de Atenas y no lo dejara de aguijonear hasta hacerlo mover y avanzar. Pienso en ese puñado de hombres cultos en el centro de la Ciudad de México, leyendo el Banquete de Platón, discutiendo a los críticos que renovaron la mirada sobre el mundo clásico, formulando desde su presente preguntas urgentes, decisivas, a ese pasado, para repensar y reinterpretar el legado de la historia y el papel de la tradición. Y tomemos como ejemplo un cuadro de Julio Ruelas que lleva por título “La crítica(1906).” La crítica era en rigor una nueva práctica que empezaba a extenderse en el siglo XX y revestirse de nuevos sentidos.
Si bien una de los principales metas del grupo fue renovar las lecturas, criticar el positivismo y el materialismo, defender una postura humanista e incidir en el plano de las ideas y la educación, tuvieron también una amplia presencia en la vida política en los últimos días del viejo régimen. Algunos de ellos participarán en las incipientes manifestaciones antirreeleccionistas y posteriormente, como es el caso de Vasconcelos, evidenciarán su compromiso con el maderismo y la Revolución Mexicana. Desde su cargo como Secretario de Educación Pública invitará a varios de sus colegas ateneístas a sumarse a su cruzada educativa y, acompañado por Henríquez Ureña, emprenderá campañas en favor del libro y la educación así como una gira para la defensa y promoción de los logros de la Revolución. Otra importante deriva es la que lleva a varios ateneístas a vincularse al ideario de la Reforma Universitaria, a partir del Congreso Internacional de Estudiantes reunido en México en 1921.
Ⅶ. Alfonso Reyes y Justo Sierra: una genealogía y un magisterio
Considero que una de las finalidades de nuestros trabajos es dar a leerlos textos de manera renovada. Por ello quiero cerrar este artículo con la mención de un texto menos transitado de Reyes, aunque no por ello menos importante. Se trata de la valoración que dedica a Justo Sierra, y en la que encuentro varias claves fundamentales. Por una parte, porque acerca la figura de Sierra y su proyecto al Ateneo de la Juventud, a la vez que lo coloca junto a los grandes maestros de América: “Su lugar está entre los creadores de la tradición hispanoamericana: Bello, Sarmiento, Montalvo, Hostos, Martí, Rodó.” Y lo retrata con ellos en un complejo entramado en que se tocan las humanidades, la historia y la educación: “Tales son los clásicos de América, vates y pastores de gentes, apóstoles y educadores a un tiempo, desbravadores de la selva y padres del Alfabeto [⋯] Gracias a ellos no nos han reconquistado el desierto ni la maleza(Reyes 1960b, 242).” Sin duda el proyecto de Sierra releído por Reyes lo filia con el Ateneo:
Su estilo [⋯] Su oratoria [⋯] está cruzada por todas las preocupaciones filosóficas y literarias de su tiempo. Es el primero que cita en México a D’Annunzio y a Nietzsche. En sus discursos hay un material abundante de estudios y meditaciones, y el mejor comentario acaso sobre sus empeños de educador. [⋯] Justo Sierra se multiplicó en las escuelas [⋯] Hacia el final de sus días, coronó la empresa reduciendo a nueva armonía universitaria las facultades liberales dispersas, cuya eficacia hubiera podido debilitarse en la misma falta de unidad, y complementó con certera visión el cuadro de las humanidades modernas. Puede decirse que el educador adivinaba las inquietudes nacientes de la juventud y se adelantaba a darles respuesta. El positivismo oficial había degenerado en rutina y se marchitaba en los nuevos aires del mundo(Reyes 1960b, 245).
Coloca así en los orígenes a Sierra y traza una relación filial con él no sólo para el propio Alfonso sino para los ateneístas:
De esta suerte, el propio Ministro de Instrucción Pública se erigía en capitán de las cruzadas juveniles en busca de la filosofía, haciendo suyo y aliviándolo al paso el descontento que por entonces había comenzado a perturbarnos. La Revolución se venía encima. No era culpa de aquello hombre: él tendía, entre el antiguo y el nuevo régimen, la continuidad del espíritu, lo que importaba salvar a toda costa, en medio del general derrumbe y de las transformaciones venideras(Reyes 1960b, 245).
La imagen del “derrumbe” es acertada para nombrar el modo en que se fue desmoronando el edificio del poder porfiriano. Lo elige como su maestro, aunque no lo encontró ya en la cátedra, pero sí en sus discursos y libros. Como Sierra, quien a su vez admira a Víctor Hugo, el hombre de letras puede suscitar “una tempestad en el tintero”. En el marco de este ensayo de Reyes, el discurso de Sierra al fundar la Escuela de Altos Estudios confirma su cercanía con el propósito del Ateneo:
Nuestra ambición sería que en esa Escuela [que es el peldaño más alto del edificio universitario,] se enseñase a investigar y a pensar, investigando y pensando, y que la substancia de la investigación y el pensamiento no se cristalizasen [en ideas] dentro de las almas, sino que esas ideas constituyesen dinamismos permanentes [perennemente] traducibles en enseñanza y en acción; que sólo así los ideales pueden llamarse fuerzas. No quisiéramos ver nunca en ella torres de marfil, ni de vida contemplativa, ni arrobamientos en busca del mediador plástico; eso puede existir, y quizá es bueno que exista en otra parte: no allí, allí no... [Más adelante, el filósofo mexicano Leopoldo Zea dirá también que no se trata sólo de una defensa de la ciencia por la ciencia misma, sino de la ciencia al servicio del hombre, al servicio de la comunidad que en esta región han formado los mexicanos]. Nosotros no queremos que en el templo que se erige hoy se adore a una Atenas sin ojos para la humanidad y sin corazón para el pueblo [⋯] queremos que aquí vengan las selecciones mexicanas en teorías incesantes para adorar a la Atenas Promakos, a la ciencia que defiende a la patria(Sierra ctd. por Reyes 1960b, 254).
Este ensayo de Reyes comparte a su vez el estilo de los retratos y medallones modernistas, pero, lejos de colocar a Sierra, y alojarse él mismo en la torre de marfil o el olimpo de los elegidos, lo hace una vez más, con esta metáfora tan característica de Reyes: bajar al aire de la calle, abrir puertas y ventanas para ventilar los viejos y mohosos edificios construidos por el positivismo sobre las brasas violentas y vivas del liberalismo anterior.
Hay en el fondo un intento de Reyes por revivir el proyecto liberal, aunque moderado y modelado a partir de la interpretación de Sierra. Hay también una frase fundamental: Sierra -como el ateneísmo-se propuso generar un cambio que no implicara una ruptura violenta, sino surgido de las entrañas mismas de lo ya avanzado y convirtiéndolo en un proyecto renovadamente vivo, autocrítico e incluyente. Desfila por el ensayo de Reyes la salvación del gran ensayo histórico de Sierra y, como en una especie de cajas chinas, el análisis de la idea de la historia, de la educación, de la universidad, de las humanidades en Sierra (quien a su vez revisa las del liberalismo, las de la Revolución Francesa, Víctor Hugo y tantos más) da pie a la propia toma de posición de Reyes. Sierra es un verdadero fundador en cuanto en él concurre todo un programa de construcción de México que en mucho se toca con el de Reyes. De allí el sentido profundo de esta diosa que da nombre al Ateneo de la Juventud: Atenea Promakos, una representación activa y militante de la inteligencia.
Ⅷ. Conclusiones
Es mucho lo que Alfonso Reyes debe al Ateneo, en cuanto le proporcionó un espacio de lectura, diálogo y convivencia intelectual a la vez que lo dotó de un ambiente de alta densidad cultural donde él mismo pudiera desarrollarse y reconocerse. Acompañó su paso por la ciudad de México y fue fundamental en su formación intelectual. El Ateneo lo acerca al mundo clásico (no sólo el mundo latino que conoce bien por las lecturas de su padre, sino el mundo griego; no sólo el mundo de los héroes, las guerras y las espadas, o el mundo de los intereses políticos, sino el mundo de los filósofos y los escritores).
Pero el Ateneo debe también mucho a Reyes, quien fue uno de sus más jóvenes integrantes y que dejó un testimonio magnífico de ese momento singular, ese cambio de época. Leído con cuidado, en “Pasado inmediato” están ya en ciernes muchas de las claves del programa futuro de Reyes y de la intelectualidad mexicana que deberá tomar posición ante los sucesos de la Revolución, y en muchos casos con ella. Descubrir que México no es una entelequia inmóvil en el tiempo, sino que tiene un pasado y un porvenir; descubrir que el mundo cultural de México no está aislado sino en diálogo con el de otras naciones; descubrir que las propias tradiciones mexicanas deben ser valoradas, estudiadas críticamente, reapropiadas de manera imaginativa, sin caer en la miopía nacionalista sino, una vez más, en apertura al mundo. El aire de la calle y la inteligencia son dos expresiones que desde esta época juvenil acompañarán a Reyes y volverán a nutrir sus reflexiones en época de la segunda guerra mundial, cuando insista en que en Hispanoamérica los miembros de la inteligencia no pueden y no quieren estar aislados del espacio público.
Y para terminar, procurando salir del laberinto de las discusiones sobre la relación de la inteligencia ateneísta con la Revolución Mexicana, permítaseme tomar una frase más de este sustancioso texto: “Pudiera pensarse que esta historia, suspendida en los umbrales de la Revolución, necesita ser revisada en vista de la Revolución misma. No: necesita simplemente ser completada”. Son palabras de Reyes(1960b, 254-255), como lo son las siguientes, que él dedica a Sierra y yo parafraseo: “La obra del Ateneo sigue en marcha, como sigue en marcha la inspiración de su obra”.
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