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El cuestionamiento de la historia de la nación mexicana y su proyección en el cuento más antologado de Elena Garro
Abstract
This article reflects on the problem of the formation of Mexican national history, from the concept of microhistory by Luis Gonzalez, in which the facts of the conquest were recorded, judging as traitors those nations that participated in the fall of the Mexica Empire, especially the Tlaxcaltecas. Then, some particular characteristics of the history of Tlaxcala are reviewed, among others, the series of privileges they enjoyed during the Colony granted directly by the Crown, as an example of regional history that has tried to get rid of the ‘traitor’ state mark that remains to this day. In this context, Elena Garro’s most anthologized story, “La culpa es de los tlaxcaltecas” (1964), stands out among the first questions about the role of this other nation, also of the Nahua ethnicity, in the formation of the Mexican nation where the value of collective memory is exposed, analysed here from Paul Ricoeur’s theory; the protagonist is also characterized by historical guilt and the collective memory that she assumes together with Nacha, a mythical character of the narrative, at the moment when Mexico enters fully into modernity.
Este artículo reflexiona sobre el problema de la conformación de la historia nacional mexicana, considerando el concepto de microhistoria de Luis González, en la cual se consignaron los hechos de la conquista juzgando como traidoras a aquellas naciones que participaron en la caída del imperio mexica, en especial a los tlaxcaltecas. Luego, se revisan algunas características particulares de la historia de Tlaxcala, entre otras, la serie de privilegios que gozaron durante la Colonia otorgados directamente por la Corona, como ejemplo de historia regional que ha tratado de librarse de la marca de estado ‘traidor’ que permanece hasta el presente. En este contexto, destaca el cuento más antologado de Elena Garro, “La culpa es de los tlaxcaltecas”(1964) entre los primeros cuestionamientos sobre el papel de esta otra nación, también de la etnia nahua, en la formación de la nación mexicana donde se expone el valor de la memoria colectiva, analizada aquí desde la teoría de Paul Ricoeur; asimismo, se muestra que la protagonista está caracterizada desde la culpa histórica y la memoria colectiva que asume junto con Nacha, personaje mítico de la narración, en el momento en que México entra en pleno a la modernidad.
Keywords:
Mexican nation, Official history, Tlaxcaltecas, Historical guilt, ModernityNación mexicana, Historia oficial, Tlaxcaltecas, Culpa histórica, Modernidad
Ⅰ. El problema de la historia nacional mexicana
Se afirma que la historia del Estado-nación “ha sido la del parcialmente frustrado intento de reconducir pluralidades a la unidad”(Achón Insausti 2017, 97). Y en los casos en que las identidades particulares no coincidían con el Estado soberano, se les obligaba a ajustarse. Ese fenómeno se vivió en México en el momento en que se consumaba la independencia de España, en 1821. Tras el fracaso de la forma imperial como gobierno, en la Constitución de 1824 se estableció la división política de México como una República Federal formada por Estados libres e independientes, con capital en la Ciudad de México en la antigua Tenochtitlan, como Distrito Federal en ese momento. Pero el estado de Tlaxcala quedó reducido al de menor extensión y marcado por una culpa histórica, aunque “los límites territoriales del estado de Tlaxcala, establecidos en los albores del constitucionalismo mexicano y en la Constitución local de 1891 no siempre fueron los mismos” (Hernández López et al. 2022, 37); la rivalidad constante por su territorio con el vecino estado de Puebla, que terminaría rodeando prácticamente a Tlaxcala, comenzó desde la Colonia y se ha mantenido, con salvedades, hasta el presente(LXIV Legislatura de Tlaxcala 2023). También, habría que revisar cómo se interpretaría hoy en día la discordancia por la adjudicación del nacimiento de Mariano Matamoros, uno de los principales caudillos en la lucha de independencia al lado de José María Morelos y Pavón. El estado de Tlaxcala, en su página web oficial, afirma: “En la Guerra de independencia sobresale un importante insurgente, el sacerdote Mariano Matamoros; originario de San Felipe Ixtacuixtla [Tlaxcala] y quien asistió a don José María Morelos”(“Historia” 2024). Sin embargo, en la página del Gobierno federal se indica que era originario de la capital: “El 14 de agosto de 1770 nació en la Ciudad de México (en aquel entonces capital del virreinato de la Nueva España)”(“Aniversario del natalicio de Mariano Matamoros” 2024). En este caso, encontramos dos versiones enfrentadas, ambas oficiales, sobre el registro del nacimiento de un caudillo del que diría Lucas Alamán que “fué el auxiliar mas útil que Morelos tuvo y el jefe mas activo y feliz que habia habido en la revolucion”(Alamán 1884, 17).
La historia nacional de los Estados Unidos Mexicanos (su nombre oficial) se ha escrito siempre desde una perspectiva centralista que reúne en una sola la historia de todos los estados que antes de la conquista constituían naciones independientes entre sí y que ni siquiera estaban sometidas muchas de ellas al imperio mexica:
A la llegada de los españoles había una gran diversidad social y cultural en los territorios que habrían de constituir el México actual. [...] Dentro de esta gran diversidad regional, en la época de la Conquista había una clara relación entre el potencial ecológico de las distintas regiones y el desarrollo demográfico, cultural y político alcanzado por cada una de ellas(Carrasco 1977, 168, 171).
Los principales señoríos se valían de los grupos chichimecas especializados que daban servicio militar, como fue el caso de “los tlaxcaltecas [que] tenían en sus fronteras a otomíes encargados de la defensa contra los aztecas”(Carrasco 1977, 175). Durante el trayecto de Hernán Cortés desde el desembarco en Veracruz hacia la capital del imperio mexica que estaba conformado sobre la base de la Triple Alianza—Texcoco, Tlacopan y Tenochtitlan, donde este último ejercía la hegemonía del poder— no pocos señoríos se sumaron a sus filas tras ser derrotados o por acuerdo con Cortés, de manera que la conquista de la gran Tenochtitlan “fue una victoria de los tlaxcaltecas, los tetzcocanos, de los totonacos y de muchos otros grupos indígenas”(Escalante Gonzalbo 2004, 57), pueblos que estaban bajo el yugo de los mexicas, más otros como los tarascos que “tomaron parte en las conquistas de Colima y la costa michoacana, en la pacificación de una rebelión en la región del Pánuco y aportaron soldados a la expedición [...] en la actual Honduras”(Ortiz Macarena 2020). Prácticamente, no hay historiador que deje de registrar que no fueron únicamente los de Tlaxcala quienes contribuyeron a la conquista y, como en la siguiente cita, es frecuente que tampoco aparezcan como los primeros en aliarse:
Como los de Cempoala y los de Tlaxcala, los de Huexotzingo, Huaquechula, Acatzingo e Izúcar se aliarán con los conquistadores. Como muestra de ese pacto darán hombres para engrosar el ejército que comandaba Cortés. Las descripciones fabulosas de huestes indígenas que se movilizan para ayudar a la destrucción de la ciudad de México, que Prescott pintó con tan vivos colores, son recordadas amargamente por los informantes indígenas de Sahagún (Moreno Toscano 1976, 315).
Miguel León-Portilla consigna que al inicio de la lucha de independencia se daría un importante cambio de denominación: “No es sino hasta 1810 cuando el empleo de la palabra ‘mexicano’ empieza a ceder su lugar al de ‘aztecas’”(León-Portilla 2000, 310), aunque destaca que su uso se fue introduciendo poco a poco hasta terminar por incluir a todas las naciones que antes de la conquista española eran independientes o que permanecían bajo el yugo del imperio mexica:
La historia oficialista ha buscado dar cohesión a México entero en función sobre todo del que se considera el legado de los aztecas. Así, aun en lugares que fueron sojuzgados por éstos, como en Veracruz, Oaxaca o Chiapas, se levantan monumentos a Cuauhtémoc y se exalta lo mexica(León-Portilla 2000, 312).
En la década de los setenta, ante el éxito de sus ideas sobre microhistoria que pronto fueron traducidas al inglés y al francés, Luis González y González continuó publicando sus reflexiones sobre la historia regional, donde cuestionaría la historiografía de México que se registraba como una unidad bien integrada:
Los esfuerzos de la modernización no le han quitado a México su naturaleza disímbola. Es un país de entrañas particularistas que revela muy poco de su ser cuando se le mira como unidad nacional; hay que verlo microscópicamente, como suma de unidades locales, pero sin dejar de atender a esas otras unidades de análisis que son la región, el estado y la zona. En pocos países del mundo, como en México, se justifica el análisis microhistórico(González y González 1997, 105).
De manera que, como afirmó Patricia Arias(2006, 179), la imagen que se había forjado de la historia de México era “una construcción centralista que había que empezar a ponderar y [a] balancear con información y análisis de lo sucedido en los diversos espacios de la geografía y la vida nacionales”. Don Luis González comenzó escribiendo sobre Michoacán, su estado natal, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, donde se apoyaría en la tradición oral que se sumó con gran provecho a los documentos de los archivos locales: “Para recoger la tradición oral y la vida de hoy no se utilizó la técnica de las encuestas formales. Se conversó sin cuestionario; se hicieron entrevistas sin agenda”(González y González 1968, 9). Y, para fines de nuestro estudio, conviene contrastar esta metodología con la propuesta por el filósofo Paul Ricoeur(2003, 119) cuando afirma sobre La memoria, la historia, el olvido: “mi libro es un alegato en favor de la memoria como matriz de la historia, en la medida en que sigue siendo el guardián de la problemática de la relación representativa del presente con el pasado”, ya que uno de los principales temas de su interés fue sin duda el testimonio oral como memoria colectiva y esta, como base de la historiografía moderna. En esta obra, Ricoeur materializó sus reflexiones de varias décadas sobre el problema del registro oficial de la historia que en tantos momentos cruciales trató de ignorar y dejar de lado la memoria tanto individual como colectiva.
Por su parte, Luis González también subrayaría la importancia de la memoria colectiva en su registro de la microhistoria de su natal Michoacán, estado que presenta una particularidad: “Más que una formación regional, Michoacán es en realidad un mosaico de regiones. Política y económicamente carece de un centro hegemónico”(Zepeda Patterson 1990, 12). Cabe señalar que el oeste de México fue sede de la civilización purépecha, un poderoso imperio en conflicto permanente con los mexicas que nunca fue sometido sino hasta la llegada de los españoles: “controlaban, desde su capital Tzintzúntzan, un imperio de más de 75.000 kilómetros cuadrados”(Arias Solís 2024, 1). Dicha capital es una importante ciudad con un legado histórico que se localiza en el estado de Michoacán. Luis González(1968, 10) señala: “Mediante la confrontación con documentos deduje la exactitud de amplias parcelas de la tradición oral. Cuando no hubo textos dignos de fe que la respaldaran, di por buenos los dichos recaudados por la memoria colectiva”.
Don Luis González propuso formalmente una teoría historiográfica en una ponencia de 1972, publicada posteriormente en Invitación a la microhistoria(1973), acerca de lo que llamó historia local o ‘matria’: “Matria, en contraposición a patria, designaría el mundo pequeño, débil, femenino, sentimental de la madre; es decir, la familia, el terruño, la llamada hasta ahora patria chica.”(González y González 1973, 16). El historiador reiteraría su propuesta con base en la obra Contra esto y aquello(1912) de Unamuno, junto con el cual impugnaría el concepto de historia nacional objetando el hecho de que la ciudad capital hubiera unificado bajo su nombre a todo el país:
Como dice Miguel de Unamuno: “el sentimiento de patria, de patria grande, de patria histórica, con una bandera y una historia común y una representación ante las demás patrias, siendo por ellas reconocida como tal es un sentimiento de origen ciudadano”. El patriotismo nuestro es cosa de metrópolis y lo manejan como cosa propia los habitantes de la ciudad que le impuso su nombre a todo su país de dos millones de kilómetros cuadrados(González y González 1973, 179).
Acerca de la capital del imperio mexica, en la Historia de Tlaxcala(1562) se registran los posibles orígenes de los dos nombres con los que se le conocía, México y Tenochtitlan:
[...] la isla de México tomó su nombre del dios Mexi de la tribu, nombre que fué común a toda la isla, la cual al principio se dividió en dos partes, llamada la una Tlatelolco y la otra Tenochtitlan [...], del nombre del sacerdote Tenoch, jefe de la tribu que fundó la ciudad(Muñoz Camargo 1972, 235).
En los tiempos actuales, sigue en pie la propuesta de la revisión del concepto único de historia de la nación mexicana. Cabe citar otro caso de microhistoria del escritor Carlos Montemayor, nacido en Hidalgo del Parral en el norteño estado de Chihuahua, quien destacó en 1981 en el marco del Primer Festival de Literatura Fronteriza México-Estados Unidos celebrado en Tijuana acerca del desconocimiento del primer insurgente y Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla en su estado natal durante la Independencia: “la historia del centro de la Nueva España y la nuestra fueron distintas, y la comunicación, prácticamente nula. Cuando fusilan a Hidalgo en Chihuahua, la guarnición no entendía por qué mataban a ese hombre ni qué significaba la independencia”(Montemayor 1981, 34).
En cuanto al registro de la historia particular del estado Tlaxcala, estarían la Breve historia de Tlaxcala(1996) de Ricardo Rendón Garcini y La calumnia que quiso ser Historia. Recuperando la memoria(2018) de Sergio Ramos Galicia; este último, poniéndo énfasis en demostrar que la traición como consecuencia de la alianza con los españoles es falsa, ya que el señalamiento “nace con la Independencia de 1810, emerge al calor de la lucha por la definición de país en el [Acta] Constituyente de 1823”(Jiménez Guillén 2019), previa a la Constitución de 1824. También es significativo y más reciente el estudio de María Fernanda Camela Flores, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: “La construcción de la identidad tlaxcalteca a partir de la separación de los indígenas en la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo”(2022), al que volveremos en el siguiente apartado.
Ⅱ. La historia de la nación tlaxcalteca
Entre 1584 y 1585, el mestizo tlaxcalteca Diego Muñoz Camargo, hijo legítimo de uno de los conquistadores, entregó en Madrid la Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala de su autoría: “Muñoz Camargo viajó a España como intérprete, formando parte de la sexta comisión de nobles tlaxcaltecas que fueron a la metrópoli a entrevistarse con el rey”(Hernández 2003, 305). La obra se dividiría al publicarla en Historia de Tlaxcala(1562) e Historia natural de Tlaxcala(Reyes García 2018, 122). En las páginas iniciales de la primera, Muñoz Camargo revisa los orígenes del pueblo tlaxcalteca proveniente de Aztlán, al igual que los mexicas, ciudad mítica que daría el nombre de aztecas a todos los pobladores de Mesoamérica. De Aztlán salieron siete tribus que tenían en común la lengua náhuatl: “Xuchimilcas, Chalcas, Tepanecas, Culhuas, Tlalhuicas, Tlaxcaltecas y Mexicas”(Muñoz Camargo 1972, 6). En esa Historia se determina la fecha del establecimiento de la nación tlaxcalteca en el 1208 de nuestra era: “Fue el año de su fundación Ome Tecpatlxihuitl que llaman año de dos pedernales”(Muñoz Camargo 1972, 27), mientras que la nación mexica se fundaría en Tenochtitlan hasta 1325, “cuando se refugiaron en [...] un islote en el lago de Texcoco [y] debían pagar tributo y obediencia a los tepanecas de Azcapotzalco”(Montell 2021, 33).
El señorío de Tlaxcala, una de las comunidades más conscientes de su autonomía, nunca estuvo sometida a los mexicas. Tampoco la alianza con los españoles fue incondicional ya que solo se concretó después de tres cruentas batallas. Una vez concluida la conquista, Tlaxcala buscó la concesión de privilegios por sus servicios prestados: “Tras una audiencia con Carlos V obtuvieron [...] el título de ‘muy leal ciudad’(en 1537 ya era insigne y siempre leal), un escudo de armas y el compromiso de pertenecer para siempre a la Corona(no como encomienda)”(Martínez Baracs 2021, 43). Además, según un privilegio datado en 1537, los tlaxcaltecas fueron considerados por los conquistadores como vasallos libres, exentos de tributo, conservaron su antiguo gobierno indígena y sus tierras sin la intromisión del virreinato; incluso, Tlaxcala fue sede del primer obispado de la Nueva España y se les concedió a sus habitantes el derecho de portar armas y de montar a caballo, como a los españoles(Martínez Baracs 2021, 49). Ya señalamos que posteriormente, en 1585, Diego Muñoz Camargo entregaría un ejemplar de su obra sobre Tlaxcala a Felipe II. Por lo tanto, afirma Camela Flores(2022, 30), la Historia de Tlaxcala “fue un proyecto historiográfico cuya primera versión evadió los causes oficiales para ser entregada directamente en la Corte Real”.
En su Historia, Muñoz Camargo compara y adapta su cultura, que ya en principio es mestiza por su linaje familiar, a los “valores occidentales de la cultura de los conquistadores, con la finalidad de replantear el proceso de una otredad negativa hacia una positiva desde el nuevo espacio de enunciación de un personaje cristianizado”(Camela Flores 2022, 33).
Es un hecho que al inicio de la Colonia había una pluralidad de naciones originarias con su propia cultura y organización sociopolítica; Bernardo García Martínez(2004, 70) destaca: “Entre los señoríos había enormes diferencias que reflejaban su compleja y variada historia prehispánica, pero los españoles se propusieron borrarlas —en parte por su incapacidad de comprenderlas y en parte por su deseo de homogeneizar el panorama novohispano”. La razón principal en ese momento fue que “[l]a Corona española sabía que, a pesar de su autoridad, carecía de medios efectivos para hacerse valer”(García Martínez 2004, 76), ya que no disponía de un ejército, no tenía una estructura burocrática ni había un medio efectivo para imponer las leyes, por lo cual se tuvo que implementar un “proyecto de conquista y aculturación”(García Martínez 2004, 72) que permitiera conformar una sociedad señorial conservadora y lo más cerrada posible.
En ese contexto, los tlaxcaltecas se consideraron conjuntamente conquistadores de la Nueva España, lejos del estatus de conquistados de los demás señoríos: “nunca fue en calidad de rebajamiento, sino por el contrario, el modo de agregar a su poderío, que se quería invicto, la fuerza y los grandes atributos de sus nuevos y temibles aliados, los españoles” (Martínez Baracs 1998, 26). En el llamado Lienzo de Tlaxcala, se dio cuenta de los servicios prestados a la Corona durante la conquista y la posterior colonización; elaborado a mediados del siglo XVI al estilo de los códices que registraron la historia precolombina y “a petición del Cabildo de Tlaxcala y del virrey Luis de Velasco en 1552 con la intención de comunicar a la Corona española la colaboración de los tlaxcaltecas en la conquista”(Secretaría de Cultura 2019), justificaba el merecimiento de privilegios por su participación representada pictográficamente en más de ochenta escenas. Gracias a dichos privilegios que los equiparaban con los españoles, creyeron que habían suplantado la hegemonía de la Triple Alianza en el territorio mesoamericano y que serían siempre imprescindibles aliados para los españoles, con lo cual se comenzaba un nuevo periodo al interior donde mestizos como Diego Muñoz Camargo comenzarían a reflejar una nueva visión cultural e histórica entre dos mundos: el indígena y el hispano. Gabriel Martínez Carmona(2014, 1) reitera: “Tlaxcala no tuvo propiamente un discurso oficial hasta fechas recientes, pero ha sabido construirse una identidad que le ha caracterizado y que ha corrido paralela a la versión centralizadora”.
Sin embargo, desde la Constitución Federal de 1824, cuando esperaba ser reconocido como estado independiente en la división política de México, resultó que “Tlaxcala pasaría a ser la excepción del principio: territorio de la Federación”(Hernández López et al. 2022, 45). La siguiente Constitución centralista de 1836 ratificaría su estatus como territorio federal, al mismo tiempo que soportaba el peligro de su anexión al estado de Puebla. Habría que esperar hasta 1857 para el reconocimiento de Tlaxcala como Estado de la Federación:
A pesar del peligro que representaba Puebla, Tlaxcala supo mantener su independencia territorial bajo conveniencias, acuerdos económicos y políticos entre familias y localidades poblanas, protegiendo su autonomía hasta 1857, año en que se elevó a categoría de Estado Libre y Soberano.(Zapata de la Cruz 2010, 138).
Durante el siglo XIX, Tlaxcala participó en los movimientos militares y políticos de la independencia, la guerra de Reforma y contra las invasiones extranjeras junto con los demás estados. Existen testimonios de que a finales de 1861, había enviado soldados a luchar contra los franceses:
A Tlaxcala, por ser uno de los más pequeños territorialmente, se le pidió un contingente de 1,000 hombres. No conocemos si el gobernador Moreno logró reunir este número; de lo que sí tenemos certeza es que los hijos de nuestro estado se ofrecieron para pelear contra el enemigo extranjero. [...] Para apoyar al Ejército de Oriente, el presidente Juárez dispuso la creación de otros dos cuerpos de ejército. [...] En estos cuerpos fueron incorporados algunos batallones de nuestro estado, como el auxiliar de Tlaxcala, el del resguardo de Tlaxcala y el escuadrón de Tlaxcala (Ortiz Ortiz 2022, 12, 15).
Irónicamente, la estigmatización de los tlaxcaltecas había sido ratificada en público en el discurso del joven abogado Benito Juárez, el 16 de septiembre de 1840 en la ciudad de Oaxaca: “México, poblada de mil naciones guerreras y por la misma naturaleza defendida, recibió la ley de un puñado de aventureros porque los viles tlaxcaltecas prefirieron una rastrera venganza al honor nacional, y prestaron su funesta alianza al invasor de Castilla” (Juárez 1840).
Si bien, al triunfo de los liberales en la historia coordinada por el general y escritor Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos(1884-1889), Alfredo Chavero —autor del primer tomo— señala el problema de la centralización del territorio y, en consecuencia, de la historia única: “El error ha consistido en tomar por una sola patria la extensión que forma hoy nuestro actual territorio. En esa tierra había muchas nacionalidades, [...] constituían gobiernos separados y no pocas veces enemigos.”(Chavero 1884, 883), dejando luego registrada cierta defensa a los tlaxcaltecas ante el calificativo de traidores:
[...] es general costumbre acusar á los tlaxcaltecas de traidores. [...] Tlaxcalla no solamente era una nación completamente diversa de México, sino contraria constante é incansable de los pueblos del Anahuac. Llamar á su alianza con los españoles traición, sería lo mismo que decir traidora a España porque se ligó con los ingleses para combatir á las huestes de Napoleón, que eran como ella de la misma raza latina(Chavero 1884, 883).
Pero esa defensa de Chavero quedó en el olvido debido a los pocos lectores que tuvo esta obra histórica y Tlaxcala ha tenido que rechazar por varios siglos el apelativo de estado traidor, estigma que se mantuvo vigente en la memoria colectiva. Ya en el siglo XX, el gobierno de Tlaxcala intentó que se disipara institucionalmente el error del vergonzoso apelativo: “en 1941 se planteó el tema ante la Academia de Historia, consiguiendo los tlaxcaltecas un resolutivo del Congreso, firmado por Antonio Pompa y Pompa, en su carácter de Secretario del Consejo permanente del Congreso Mexicano de Historia”(Collin Harguindeguy 2006, 22). En dicho resolutivo, se reconocían las circunstancias que ya hemos revisado antes, su condición prehispánica de pueblo independiente del imperio mexica, su alianza con los españoles y otros pueblos originarios para defenderse de un enemigo común, por lo cual “cualquier apreciación que suponga falta de lealtad o traición en la actitud de alianza entre el pueblo tlaxcalteca y los conquistadores españoles, es carente en absoluto de fundamento histórico” (Collin Harguindeguy 2006, 22).
No obstante, ninguno de los recursos ha servido y se mantiene hasta la fecha el estigma. Mónica Vargas(2022) publicó en octubre de ese año un artículo en El Sol de Tlaxcala titulado “Esto debes contestar si te dicen ‘tlaxcalteca traidor’”, que inicia: “‘Tlaxcaltecas traidores’ es la bandera que hemos cargado sin necesidad desde hace más de 500 años”, adjetivo que la autora califica de inculto más que de injusto apelando a la definición de “traidor” del Diccionario de la lengua española de la RAE-ASALE, para terminar con una frase lapidaria que recuerda una verdad olvidada por muchos mexicanos: “Traidora o no, Tlaxcala fue y será la cuna de la nación.”(Vargas 2022).
En febrero de 2024, el Diario ABC Puebla reeditó un texto tomado de la fuente de México Desconocido: “Los tlaxcaltecas no traicionaron a los mexicas durante la conquista, eran aliados de los españoles”, donde se destacan los otros señoríos que apoyaron a los invasores antes que los tlaxcaltecas. La lista la inician los totonacos de Cempoala, que fungieron como intermediarios con los tlaxcaltecas los cuales en ese momento combatían con fiereza a los europeos, y afirmaba citando al historiador tlaxcalteca José Juan Juárez: “Tácticamente los tlaxcaltecas vieron que les convenía mejor aliarse con ellos”, subrayando en las conclusiones que “no existía un país llamado ‘México’, [...] no había una unidad, ni tampoco existía una nación indígena como tal”(“Los tlaxcaltecas no traicionaron...” 2024). No obstante, lamentablemente el estigma permanece incluso en nuestros días.
Ⅲ. La culpa histórica en la memoria y la ficción
“La culpa es de los tlaxcaltecas”(1964) es el relato más antologado de Elena Garro, considerado como uno de los mejores de la narrativa breve mexicana del siglo XX: “Su pieza maestra es su cuento «La culpa es de los tlaxcaltecas», texto rigurosísimo en cuanto a su estructura, pero a la vez de una ambigüedad maravillosa que nunca acaba de revelar su secreto” (Escalante 1998). Es también el que más atención ha recibido de la crítica sobre la figura de la Malinche, la intérprete de Hernán Cortés que se ha concebido como el referente de la protagonista(Benito Meza 2019; Serrano 2020). En otra dirección, el texto se ha analizado desde sus referentes históricos en la relación historia-ficción(Nanfito 2003; Cisneros Michel 2014; León-Contreras 2017). Por ello, el análisis del presente artículo tratará de cubrir un aspecto prácticamente ignorado en los estudios precedentes: la justificación de la microhistoria y de la memoria colectiva, frente al modelo de la historia nacional durante el periodo de la presidencia de Adolfo López Mateos que lleva al país a la entrada de la modernidad.
La trama se concentra en el diálogo entre Laura y Nacha en la cocina, sobre lo ocurrido durante el viaje a Guanajuato con la suegra de la protagonista en el puente del Lago Cuitzeo. Cuando Margarita se va a buscar gasolina, Laura se encuentra con su primer esposo que era indígena. De la mano de este marido, Laura se ve transportada hasta el siglo XVI donde es testigo de la masacre resultante de la conquista de Tenochtitlan. Al regresar a su vida en la Ciudad de México, Laura se siente culpable y desgarrada entre sus dos vidas mientras que seguirá encontrándose con el esposo indígena a pesar de que Pablo, su marido del presente, reacciona de manera agresiva.
Laura siente el peso de la culpa viendo el sufrimiento por las heridas de guerra del primer esposo que la lleva a recorrer lugares desolados en el pasado y que la sigue hasta el presente moderno para llevarla consigo. La protagonista se debate entre sus opciones históricas y, con el apoyo de su cocinera Nacha, se decide por volver a su vida del pasado indígena. Laura se va para siempre y, al día siguiente, Nacha también abandona la casa. La protagonista está casada con Pablo Aldama, admirador y posible colaborador del presidente López Mateos:
Entonces el señor, volvió a hablar del presidente López Mateos.
“—Ya sabes que ese nombre no se le cae de la boca —había comentado Josefina, desdeñosamente.
En sus adentros ellas pensaban que la señora Laurita se aburría oyendo hablar siempre del señor presidente y de las visitas oficiales (Garro 1964, 16).
En el período de uno de los presidentes más apreciados de México que comprendió de 1958 a 1964, fecha de la publicación del volumen que incluye el cuento de nuestro estudio, se construyeron aeropuertos, se renovaron las redes teléfonicas y de comunicaciones; en términos del contexto para este análisis, es importante destacar que en 1959 se fundó la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos con la impugnación del pueblo por el contenido de los libros oficiales, además de que se dio un fuerte impulso a la creación de museos, con el Museo Nacional de Antropología en Chapultepec, el Museo de Arte Moderno, el Museo de Historia Natural y el Museo del Virreinato en el Convento de Tepotzotlán. Estas instituciones —que se aprecian relacionadas con el registro oficial de la historia—, juntamente con la mejora de calidad de vida de la capital, dieron una imagen de modernidad de México en el exterior:
Ya sea por su porte y atractivo personal, por su reconocida simpatía o por su actividad internacional, que no sólo acercó a México al mundo sino que mantuvo una tensa relación con Estados Unidos, López Mateos ocupa un espacio particular en los recuerdos históricos nacionales [...] y, desde luego, [por] la nacionalización de la industria eléctrica. [...] López Mateos desarrolló una presidencia destacada que, en más de un sentido, transformó la economía, la sociedad y la política nacionales(Hernández Rodríguez 2015, 9-10).
En 1960, se distribuyeron 16 millones de ejemplares de libros de texto gratuitos para las escuelas primarias de todo el país y se le dio un enorme impulso a la educación técnica, se nacionalizó la industria eléctrica que estaba en manos de Estados Unidos y un hecho que tuvo más trascendencia política que geográfica fue la recuperación de El Chamizal, en la frontera con Estados Unidos. En negociaciones con el presidente Kennedy en 1963, López Mateos resolvió a favor de México una antigua pelea por una parte limítrofe del norte: “una vieja rencilla que llevaba más de un siglo en disputa [...]. Pese a que solo hayan sido 1,77 km2 de los más de 2 millones perdidos(0.00007%), el gobierno mexicano lo considera el ‘mayor logro de la diplomacia mexicana’.”(Brooks 2019). También, consiguió la sede de los Juegos Olímpicos de 1968, como fruto de la imagen moderna que México proyectaba ante el mundo.
Habría que pensar, entonces, por qué el cuento de Garro se mueve entre el momento histórico del presente de la modernidad con López Mateos y el pasado más remoto de México en el momento de la conquista. Cabe replantear el problema de la conformación de la nación mexicana; el problema de la historia oficial de México que interpreta como una sola República Mexicana el territorio y a sus pobladores de 32 estados, y el problema del registro de la historia —reacción que se produjo igualmente en la sociedad de varios estados como protesta por el carácter obligatorio de los libros de texto oficiales, entre 1960 y 1962(Loyo Brambila 2015, 161)— frente a otras versiones de historia y a los hechos rememorados por la memoria colectiva.
En el cuento, la cocina es el lugar mítico donde Laura, la protagonista, busca la complicidad de Nacha. En ese espacio, Laura confiesa su culpa como traidora y dice amar a su primer esposo, un príncipe indígena que se superpone a su realidad llegado de otra dimensión temporal, aunque tenga también otro marido en el presente de los años sesenta. Después de afirmar en tres momentos del relato que la culpa es de los tlaxcaltecas, la protagonista se reconoce culpable y cuestiona a Nacha quien se reconoce también traidora:
—Yo soy como ellos: traidora... —dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores.
—¿Y tú, Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nacha compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entendiera esa noche. Nacha reflexionó unos instantes, se volvió a mirar el agua que empezaba a hervir con estrépito, la sirvió sobre el café y el aroma caliente la hizo sentirse a gusto cerca de su patrona.
—Sí, yo también soy traicionera, señora Laurita(Garro 1964, 12).
Con la respuesta solidaria de Nacha, la memoria individual se suma a la memoria colectiva representada por la cocinera indígena. Sobre este punto, Paul Ricoeur afirma: “es en el plano de la memoria colectiva, quizás más aún que en el de la memoria individual, donde adquiere todo su sentido la comparación entre trabajo de duelo y trabajo de recuerdo”(Ricoeur 2003, 109). Los lugares que recorre Laura de la mano del esposo indígena en una especie de fuga de su casa en la Ciudad de México corresponden a regiones donde se asentaban señoríos que también colaboraron con los españoles en la conquista: Morelia y Cuitzeo que se encuentran en Michoacán donde vivían los purépechas, mencionados antes como el imperio que se resistió a los mexicas. El guerrero indígena, del que nunca se sabe su filiación étnica, es un sobreviviente de la conquista que se reúne con Laura quien representa el presente histórico. En este punto del relato, se lleva a cabo el proceso que Ricoeur(2003, 118) define como “la memoria viva de los supervivientes que se enfrenta a la mirada distanciada y crítica del historiador”. Laura está caracterizada como testigo que comparte la memoria colectiva del pasado, al presenciar la lucha de la conquista al lado del esposo nativo recorriendo las calles de Tenochtitlan llenas de sangre y fuego, en un ejercicio considerado por Ricoeur (2003, 159) en el proceso de rememoración: “los primeros recuerdos encontrados en el camino son los recuerdos compartidos, los recuerdos comunes [...], los más notables de entre estos recuerdos son los de lugares visitados en común”; en términos del cuento, los protagonistas se pueden unir en un mismo espacio donde se elimina la barrera del tiempo histórico, gracias a los recuerdos que recupera Laura.
Por otra parte, está la obsesión de Laura con la lectura de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, escrita en 1568 y publicada póstumamente en 1632. El soldado de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo ya anciano, registró los recuerdos de sus hazañas consignando en detalle el número de aliados: “trecientos tascaltecas y treinta soldados, [...] muchos amigos tascaltecas”(Díaz del Castillo 2011, 433). ¿Por qué se escogió esta crónica para el cuento habiendo tantas sobre la conquista? ¿Por qué se solidariza la protagonista con los tlaxcaltecas?
En este momento, cabe detenernos un poco para señalar que Elena Garro nació en Puebla, estado vecino de Tlaxcala, y que creció en Guerrero, un estado que en tiempos prehispánicos contaba con numerosos grupos indígenas: “el estado de Guerrero, por la cantidad de tribus indígenas asentadas en su territorio ha sido considerado como un mosaico de lenguas indígenas. [...] Los asentamientos indígenas más importantes en esta región eran los de los tarascos y los mexicas, en continuo enfrentamiento, situación que quedó interrumpida a la llegada de los conquistadores” (Commons 2003, 199-200). Elena Garro configuraba a sus personajes como mestizos conscientes y orgullosos de sus raíces indígenas, como Nicolás en Los recuerdos del porvenir(1964) y Laura en el cuento de nuestro estudio, son protagonistas de una microhistoria, de una historia matria como decía Luis González. Garro fue también activista defensora de los derechos indígenas; así se reconoce en la entrevista con Patricia Rosas Lopátegui (2005, 309):
Yo creo que el problema del indígena no es cultural; es simplemente económico. Allí donde llega la riqueza llega la cultura; ambas van juntas. La mejor industria que han encontrado los acaparadores y los antropólogos es explotar la ignorancia de los indígenas. Cuando éstos se levanten económicamente se habrán escapado de las manos de esos parásitos. Fíjese usted que en cuanto un indio tiene dinero para comprarse zapatos y traje ya es considerado por cualquier antropólogo como gente de razón.
Además, Laura está configurada como un personaje que se debate en una dualidad en todo el cuento: “Así llegué en el lago de Cuitzeo, hasta la otra niña que fui”(Garro 1964, 12); casada dos veces, tiene dos padres, se mueve en dos tiempos en la misma Ciudad de México. Nacha es su confidente y se solidariza con la protagonista al aceptar la culpa y espanta a los coyotes, símbolo del engaño y anuncio de la muerte, para que Laura pueda volver al pasado. Al final de cuento, también Nacha desaparecerá del relato: “Voy a buscarme otro destino, [...] Nacha se fue hasta sin cobrar su sueldo”(Garro 1964, 28-29).
El cuento de Elena Garro retoma por primera vez, desde una dimensión plenamente solidaria, la historia de los tlaxcaltecas y la protagonista asume la culpa que le toca por la conquista de México. Pero no se hunde en la culpa, sino que remonta al pasado para reconocerse desde su posición porque así la acepta su esposo indígena: “—Ya sé que eres traidora y que me tienes buena voluntad. Lo bueno crece junto con lo malo. [...] —Traidora te conocía y así te quise”(Garro 1964, 26).
El momento final del cuento es la decisión que toma Laura entre los dos tiempos y sus dos vidas o tal vez deberíamos decir historias. Laura se decide por el esposo indio y se va para recuperar y revivir el pasado porque, como dice Nacha: “la señora Laurita no era de este tiempo, ni era para el señor”(Garro 1964, 28), refiriéndose al esposo del presente de la modernidad histórica. Pero quizá la principal razón del abandono la expresa la propia Laura, al referirse a Pablo como un individuo “sin memoria”:
—Yo me enamoré de Pablo en una carretera, durante un minuto en el cual me recordó a alguien conocido, a quien yo no recordaba. Después, a veces, recuperaba aquel instante en el que parecía que iba a convertirse en ese otro al cual se parecía. Pero no era verdad. Inmediatamente volvía a ser absurdo, sin memoria, y sólo repetía los gestos de todos los hombres de la ciudad de México(Garro 1964, 19).
Y al señalar a Pablo “ser absurdo” e igual a “todos los hombres de la ciudad de México”, el texto cuestiona el momento histórico de la década de los sesenta en que se inscribe la familia Aldama, cuando la capital entra a la modernidad imponiendo un modelo homogeneizador para todo el país: “Este marido nuevo, no tiene memoria y no sabe más que las cosas de cada día”(Garro 1964, 17).
Paul Ricoeur afirma acerca de la relación entre historia y memoria colectiva, en términos de la representación del pasado: “el problema no comienza con la historia sino con la memoria, a la cual la historia está ligada [...]. El problema de la representación, que es la cruz del historiador, se encuentra ya establecido en el plano de la memoria”(Ricoeur 2007, 3). En esa conferencia dictada en París, en junio de 2000, donde resume de manera admirable las amplias disquisiciones de La memoria, la historia y el olvido, se concentra sobre la transición de la memoria a la historia destacando el papel del sujeto en la primera: “¿Quién recuerda? ¿Quién hace acto de memoria representándose las cosas pasadas?”(Ricoeur 2007, 6). Esta pregunta es crucial para la interpretación del cuento de Elena Garro: ¿Quién recuerda la culpa en el cuento? Encontramos tres citas. La primera vez, Laura con ayuda de Nacha:
—¿Sabes, Nacha? La culpa es de los tlaxcaltecas.
Nacha no contestó, prefirió mirar el agua que no hervía. [...]
—¿No estás de acuerdo, Nacha?
—Sí, señora...(Garro 1964, 11).
Segunda vez, Laura con la confirmación silenciosa del príncipe indio: “—La culpa es de los tlaxcaltecas—le dije. Él se volvió a mirar al cielo. Después recogió otra vez sus ojos sobre los míos.”(Garro 1964, 13). Y la tercera vez, de nuevo la protagonista a través de la lectura de la crónica de Bernal Díaz del Castillo:
—Mamá, Laura le pidió al doctor la Historia... de Bernal Díaz del Castillo. Dice que eso es lo único que le interesa.
La señora Margarita había dejado caer el tenedor.
—¡Pobre hijo mío, tu mujer está loca!
—No habla sino de la caída de la Gran Tenochtitlán —agregó el señor Pablo con aire sombrío(Garro 1964, 24).
Antes preguntamos el porqué seleccionar para el cuento, de entre todas las crónicas de la conquista, la de Bernal Díaz; podríamos responder que tal vez por la misma razón del soldado español. Ante la publicación de la Historia general de las Indias(1552) de Francisco López de Gómara —que tuvo como principal fuente a Hernán Cortés de quien fue biógrafo—, Díaz del Castillo se dedicó a escribir la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, para desmentir y corregir las imprecisiones del texto de López de Gómara que había obtenido un privilegio de la Corona para difundirse como oficial: “un privilegio otorgado a petición del autor y en su beneficio por el príncipe Felipe para que pudiera imprimir y comercializar este libro en los reinos de Aragón”(León Cázares 2012, 242).
Para finalizar, citaremos que Ricoeur(2003, 163) cuestiona la teoría de Maurice Halbwachs sobre la memoria colectiva, debido a que en esa propuesta “no existen aparentemente zonas de intersección entre la derivación fenomenológica de la memoria colectiva y la derivación sociológica de la memoria individual”. Como solución, propone el lenguaje literario donde ambos discursos se pueden colocar en posición de intersección; por lo tanto, al trasladar el problema a la frontera entre memoria colectiva e historia “se permitirá una nueva distribución de los fenómenos mnemónicos entre los niveles de la microhistoria y los de la macrohistoria”(Ricoeur 2003, 172).
En el cuento de Elena Garro, la protagonista busca su propia verdad y opta por una identidad que asume el pasado del que ha sido testigo, gracias a la lectura de la crónica sobre la “verdadera” historia y a la aceptación de sus raíces prehispánicas. El relato se cierra con símbolos en torno al problema de la identidad en dos ámbitos igualmente conflictivos: identidad de una colectividad e identidad nacional que no cabrían en una historia nacional centralizada.
Ⅳ. Hacia una conclusión
El cuento de Elena Garro representa el problema del Estado-nación mexicano y el problema de la historia constitucional de México que entra a la modernidad sin resolver la cuestión de la historia que se sigue registrando en una dirección única sobre la conformación de México como nación. El presente estudio ha destacado que el cuento de Elena Garro “La culpa es de los tlaxcaltecas”, publicado en 1964, se adelanta a Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia(1968) de Luis González para cuestionar la unicidad y el centralismo de la historia nacional y proponer la revisión de la historia regional de Tlaxcala.
En el marco de la fenomenología de la memoria, cabe advertir el problema de confianza sobre lo recordado por un individuo o por una colectividad: “si el recuerdo es una imagen, ¿cómo no confundirlo con la fantasía, la ficción o la alucinación?”(Ricoeur 2007, 5). La cuestión de la versión única de la historia oficial podría entrar en conflicto si se llegara a considerar como memoria manipulada mediante la ideologización de dicha memoria: “manipulaciones en el sentido delimitado por la relación ideológica del discurso con el poder”(Ricoeur 2003, 122), como ocurre con las historias oficiales de los Estados-nación.
La representación del pasado problematiza la relación con la memoria individual y colectiva por el distanciamiento que constituye la escritura con respecto a los sucesos ocurridos. Por ello, en la propuesta del filósofo francés, el testigo siempre ha ocupado un lugar crucial para dar fe sobre lo ocurrido, donde se establece una relación entre la memoria individual —del testigo— y la memoria colectiva —el testimonio escuchado y confirmado—:
Alguien se acuerda de algo, lo dice, lo cuenta y da testimonio de ello. Lo primero que dice el testigo es: “Estuve allí”. [...] El testigo se erige entonces como tercero entre los protagonistas o entre la acción y la situación a la cual el testigo dice haber asistido sin necesariamente haber participado en ella. [...] “Estuve allí; créame o no —agrega—; y si no me cree, pregúntele a otro”. Esta acreditación abre la alternativa de la confianza y la duda(Ricoeur 2007, 12).
Por lo tanto, Laura puede reconocer su pasado porque ‘estuvo allí’, en los cambios espacio temporales que se relatan y adelantándose al realismo mágico que haría famoso a Gabriel García Márquez. Laura revive el pasado de la conquista, ve y palpa la Ciudad de México en llamas y en combate. Y Nacha es ese “otro” que confirma la versión de la protagonista:
Las dos mujeres se quedaron quietas. Nacha devorando poco a poco otro puñito de sal. Laura escuchando preocupada los aullidos de los coyotes que llenaban la noche. Fue Nacha la que lo vio llegar y le abrió la ventana.
—¡Señora!... Ya llegó por usted... —le susurró en una voz tan baja que sólo Laura pudo oírla.
Después, cuando ya Laura se había ido para siempre con él, Nachita limpió la sangre de la ventana y espantó a los coyotes, que entraron en su siglo que acababa de gastarse en ese instante(Garro 1964, 28, subrayado nuestro).
Laura escoge el tiempo del pasado, se lo apropia como ‘su historia’ y se permite una nueva oportunidad de vida en la que podrá ser fiel a su primer esposo, el indígena con el que comparte la memoria colectiva antes representada por Nacha. Así, el relato de Elena Garro combina magistralmente historia y ficción, representando la oportunidad de considerar esas otras versiones de la historia nacional de México, las microhistorias o historias matrias que una vez escritas conformarán la verdadera historia de la nación mexicana.
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